Millones de seres humanos esperan con escepticismo ese momento. Se que tendrá un común denominador: MIEDO y DOLOR; no es para menos, quedará en la memoria la fila de ataúdes y las fosas comunes, el llanto, el rictus de la amargura y la impresión de que el virus no ha sido neutralizado y que otro puede llegar a despojar de la corona al actual y ser más letal.
El ser que saldrá del aislamiento ya no será el mismo que entró, lo embargará el miedo, su estado mental estará trastornado y su ánimo decaído. Recorrerá las calles y los espacios públicos con temor e inseguridad y tenderá a guardarse y esconderse. Se sentirá más seguro allí. Se requerirá de ejércitos de psicólogos para sacarlo de ese estado mental que le permita volver a interactuar en sociedad.
A muchos también los acompañará el dolor, buscarán con anhelo los rostros de sus seres queridos y no los encontrarán, se los llevó el maldito virus que no solo los mato sino que no los dejo acercar a sus despojos mortales, a acompañarlos al campo santo y mucho menos a acariciar la mano rígida y fría de quien emprende el viaje al infinito, solo se podrán congraciar con sus recuerdos que lacerarán el corazón.
Otros saldrán con desazón, llevados como se dice popularmente y endeudados hasta la coronilla, su capital construido con tanto esfuerzo y sacrificó en ruina, sus negocios quebrados y su clientela huidiza.
Otros, con sus hogares desechos por su maltrecha convivencia y por la penuria que produce el hambre y las privaciones.
Ya no estrecharán las manos, ni darán el cálido abrazo, ni besarán mejillas , ni acercarán los rostros, guardarán distancia y sembrarán desconfianza en quien se les aproxima. Seremos seres autómatas cargados de prevenciones y fríos.
No seremos los mismos, pensaremos diferente, ojalá nos reconciliemos con la naturaleza que está en todo su esplendor ocupando los espacios que les arrebatamos y viviendo a plenitud. También hagámoslo con los humildes, escondidos estuvimos tanto ricos como pobres, el miedo no los repartimos por igual, la impotencia también, afuera de las viviendas se quedaron los suntuosos carros y las zorras de los recicladores que en la madrugada salían a recoger los desechos de los consumidores. Todos por igual de aculillados, y convencidos de que tenemos la misma naturaleza, y que las enfermedades y las plagas no hacen distinción.
Es el momento de reencontrarnos, de ser solidarios, de perseguir el bien común y ser felices.
La vida es efímera y se desvanece como la brizna en un pajar.