Mauro Guillen, un destacado sociólogo e investigador estadounidense acaba de publicar un libro acerca de cómo será y qué transformaciones experimentará la sociedad en la próxima década. Para 2030 prevé grandes cambios demográficos. En el actual mundo desarrollado, la población envejece rápidamente y los nacimientos son cada vez menores. Dentro de 10 años habrá más personas jubiladas que en edad de producir.
En Estados Unidos está en curso también una enorme evolución demográfica que conduce a que en el 2030 las actuales minorías, hispanas, afro-estadounidenses y asiáticas jóvenes se constituyan en mayorías.
La incertidumbre generada por el coronavirus ya está determinando en el Occidente una caída de la natalidad que se traducirá en que los mercados de consumo, que evolucionan en razón del número de personas y su capacidad adquisitiva sigan fortaleciéndose, sobre todo en Asia, que ahora crece a un ritmo de 90 millones más de consumidores de clase media al año.
India y el Äfrica subsahariana experimentan la misma tendencia y por ello, en la próxima década, contarán con más personas en edad de trabajar y de aportar a la seguridad social que retiradas, abriendo camino así a la conformación de una robusta clase media emergente.
Con ocasión de la pandemia resultó imperativo dar impulso a la aceleración de las tendencias que ya venían implantándose con cierta lentitud, de adoptar el teletrabajo, la teleducación, la telemedicina, la logística y la robótica; que llegaron para quedarse, experimentando grandes avances que se van a consolidar con el perfeccionamiento tecnológico de la realidad virtual y el avance de la inteligencia artificial y el uso de hologramas, que acercarán cada vez más los ambientes virtual y presencial, que combinados, van a constituirse en el escenario habitual de la actividad humana en el inmediato futuro.
Deberá incrementarse en todos los países y de manera sustancial la inversión en salud, en energías limpias y ponerse en acto las iniciativas encaminadas a distribuir mejor la riqueza y a aminorar la desigualdad que, sobre todo después de la pandemia, está adquiriendo vertiginosamente dimensiones de bomba de tiempo planetaria.
El Covic 19 no solo desnudó las carencias sociales, económicas, políticas y de gobernanza alrededor del mundo, sino que nos ha hecho caer en cuenta y, de qué manera tan dolorosa, a ese 99% de los habitantes de esta casa común que es la tierra, cuáles son las consecuencias para todos y cada uno de nosotros que la globalización sin reglas y el neoliberalismo salvaje hayan conducido a que el 1% de los más ricos posean tanta riqueza como la que poseemos todo el resto de los seres humanos vivos sumados.
Sólo los enormes paquetes de estímulo inyectados a las economías más grandes han impedido hasta ahora que la recesión de 2020 se convierta en una gran depresión, pero la economía global está en un grado de fragilidad enorme y los rebrotes pandémicos y la incertidumbre acerca de lo que depare el porvenir, sin certezas sobre la disponibilidad de una vacuna eficaz, que además pueda ser oportuna y universalmente distribuida, en medio de una tan enorme caída de la producción y de la demanda, no auguran una rápida ni sostenida recuperación.
América Latina fue embestida por la crisis del coronavirus en muy mal momento. Según el FMI, el crecimiento per cápita de la región en los últimos 10 años apenas alcanzó el 0,6%, uno de los más bajos a nivel mundial, y la pobreza oscilaba sin cambios entre el 23 y el 24%.
En Colombia, antes del impacto del coronavirus el 27% de la población estaba en situación de pobreza, esto significa que tenía un ingreso mensual de 257 mil pesos o menos y que el 7 % de la misma recibía 117 mil pesos o menos. En febrero de 2020 el DANE certificaba que 5,7 millones de ciudadanos obtenían sus ingresos mensuales de algún tipo de actividad informal.
A la luz de esta dramática radiografía estadística hay que concluir que el comportamiento de la población bajo la cuarentena ha sido ejemplar. La gente ha hecho sacrificios inmensos, administrando la penuria, hasta el punto de reducir de 3 a 2 y de 2 a una, en el límite de la supervivencia, el número de comidas diarias de que ha podido disponer con los magros subsidios recibidos.
Algunos analistas sostienen que después del coronavirus el mundo se inclinará hacia la solidaridad y el cuidado del medio ambiente, otros menos optimistas aseguran que nada cambiará.
Pero no cabe duda que como viene ocurriendo en Los Estados Unidos con el estallido racial y en muchas otras partes, incluida Colombia, la conflictividad social alcanzará niveles nunca antes conocidos en demanda de derechos básicos, que un Estado cuya finalidad esencial es hacer realidad el bien común, tiene la función de hacer posible.
Llegó la hora de implementar la renta básica universal como lo han sugerido, Naciones Unidas, la Cepal, el Papa Francisco y economistas tan importantes como Piketty y Stiglitz, y hasta empresarios de diversas nacionalidades, como antídoto a la desigualdad y como fórmula para construir sociedades más cohesionadas, estables y democráticas.