No deja de sorprender que la Cancillería colombiana no conozca cual es la prioridad de la política exterior y menos los problemas internos del país. Da la impresión que su actuación es la de apagar incendios y el dejar las cosas para última hora, con lo cual acrecienta su mala imagen y aumenta sus osos a nivel internacional.
Del tema de la extradición del exjefe paramilitar Salvatore Mancuso a Colombia se ha venido hablando desde que fue extraditado a Estados Unidos por ser un asunto de alta prioridad para nuestro país toda vez que se trata de violaciones de lesa humanidad que se cometieron dentro del conflicto armado y que las víctimas esperan conocer la verdad y ser reparadas.
Si una institución como el Ministerio de Relaciones Exteriores no tiene la capacidad de priorizar y de entender los momentos históricos y actuales del país, entonces perdimos el año.
Producir desconcierto y desinformación como se ha mostrado a través de los medios de comunicación diciendo que no se tramito la solicitud de extradición, luego que sí, a posteriori que se cometieron errores, no es propio de un ministerio tan importante para el país.
Recordemos que no es la primera vez que sucede, pues el show que hizo ese ministerio para la tramitación de un exhorto en el caso de Santrich, en el que se perdió al parecer la carta que envió la JEP por el servicio de correo nacional, es más que vergonzoso, es toda una burla a la institucionalidad democrática y al país.
Pero lo que no se entiende es que, ante esta bochornosa situación y algunas otras producidas en el pasado en las que algunos funcionarios públicos emitieron declaraciones oficiales poco atinadas dejando al país mal parado, o los escándalos que involucraron a algunos embajadores que fueron salpicados por presuntos delitos de narcotráfico como de robo de tierras destinadas a los campesinos y a las víctimas del conflicto armado, el Presidente de la República ni se inmuta. ¿Sera que le encanta que seamos república bananera? O la arrogancia no le permite ver la realidad.
Pero estos episodios no fueron los únicos. Ante el dominio absoluto del Jefe de Estado sobre los organismos de control, desdibuja la democracia y la ética que debe tener un gobierno para que los partidos de oposición en toda democracia seria sean los que ejercen la fiscalización del gobierno de turno, pero en este caso todos se arropan con la misma cobija, dejando en peligro la eficacia de la justicia y creando un aire de impunidad.
No se entiende cómo el gobierno que poco a poco se convierte en una dictadura, da palos de ciego y aleja cada vez más la gobernabilidad, la cohesión y la equidad social, y atiza la polarización.
Lo que resulta más lamentable es que algunos partidos de oposición como el liberal por ejemplo, se presten al descalabro moral del país y al debilitamiento de la institucionalidad, dando su voto para acrecentar el indebido poder del ejecutivo que rompe el equilibrio que deben tener las tres ramas del poder público. Definitivamente no existen los partidos políticos, sino que lo que impera es la práctica de la mermelada, y los intereses personales dejando de lado el bien común.
Por fortuna hubo un colombiano que entuteló al presidente para que el jefe de estado aprendiera que su investidura demanda neutralidad y apoyo a las decisiones de las ramas del poder público, pues en ocasiones cree que se encuentra en campaña política en donde debe de salir a defender a su padrino político.