Escuchar en las noticias que el presidente de los Estados Unidos utiliza el tema de los acuerdos de paz entre el Estado colombiano y las Farc para desprestigiarlos y denigrar de la imagen de Colombia resulta insultante, pero lo que asombra y es inconcebible es que el Ministerio de Relaciones Exteriores no emita una nota de protesta, sino que guarda silencio, permitiendo la ignominia de todo un país.
El hecho de que a un reducido grupo político no le interesen los acuerdos de paz, no le da derecho a permitir que los utilicen para estigmatizar los acuerdos con la noticia falsa de que con ellos se entregó el país al narcotráfico.
Parecen olvidar que el flagelo de las drogas ilícitas y de sus carteles es un problema global, en el que Colombia ha puesto los muertos y el costo social que esto ha implicado dentro del conflicto armado.
Es tanto lo arrodillado que se encuentra el gobierno Colombiano ante el de Donald Trump que prefiere que nuestra nación se humille a utilizar las herramientas que otorgan el derecho internacional y la diplomacia para hacernos respetar, y para defender los acuerdos de paz que son un asunto de Estado y no de un gobierno ni de un partido político.
Hemos pasado de la miopía a la ceguera y al odio visceral que ni siquiera nos permiten ver el daño que significa la mala propaganda que hace al país el presidente Trump.
El que el gobierno no realice una protesta formal a su homólogo estadounidense por intervención en los asuntos internos del país, y por dañar la imagen de toda la nación, es el más grave error de la historia de Colombia. Mucho le ha costado a Colombia cambiar la imagen de un pueblo violento, narcotraficante por uno prospero, que con dignidad se la juega por la paz, la tolerancia y el respeto, para que de un solo brochazo retrocedamos a la época oscura en la que nos miraban como los parías del mundo.
Pueden más la polarización y el odio por las realizaciones positivas del gobierno Santos que el reconocimiento de los lastres de la administración Trump que se ha caracterizado por la xenofobia, la ley del garrote y la zanahoria, el egoísmo, la dictadura vestida con piel de democracia y la indiferencia por los desastres mundiales que él ha ayudado a ahondar como la crisis del medio ambiente y del cambio climático. ¡Qué vergüenza!
¿Cuándo comprenderemos que el país está por encima de los partidos políticos y de cualquier ideología?.Debemos aprender de nuestra historia, realzar lo positivo de todas las administraciones sin importar su color político, y mirar lo negativo que nos han dejado para no repetirlo en el presente ni en el futuro.
La dignidad y el honor de un país, las reclamaciones de las víctimas y la necesidad de una verdad sobre los hechos ilícitos cometidos durante el conflicto armado, son un clamor insistente de la sociedad colombiana, y por ello debemos luchar y defender los acuerdos de paz para que podamos rápidamente voltear esta página trágica y dolorosa. Esta es la única posibilidad de que podamos lograr la unidad nacional, el desarrollo y la equidad que requiere el país.
Lo lamentable es que la actual administración trata de imitar a su homólogo del norte, y de seguir así terminaremos en una dictadura, en la que todos los colombianos perderemos todo lo que la historia de vida republicana conquistó.
Debemos protestar por los canales diplomáticos, pues no podemos permitir semejante injerencias, como si nuestro país fuera el monigote del tío Sam.