Eran las 10:20 de la mañana del jueves dos de noviembre de 1995 cuando el país se estremeció con la noticia del magnicidio del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, un político que a todas luces ganaba importantes espacios con miras a llegar a la Presidencia de la República años después.
Gómez Hurtado, quien salía de la Universidad Sergio Arboleda, donde dictaba clases, fue abordado por hombres armados que lo interceptaron y le dispararon en varias oportunidades y a pesar de que llegó con vida a la clínica del Country, minutos después falleció.
A partir de ese momento se desencadenó una ola de hipótesis para esclarecer la muerte del político y periodista, se tejieron varias versiones durante años para dar con los responsables tanto intelectuales como materiales del crimen.
Una de las versiones con mayor relevancia es la que apunta a que Gómez, era la persona escogida por un grupo de conspiradores al gobierno del entonces presidente Ernesto Samper para dar un golpe de Estado y derrocarlo y que en su reemplazo asumiera como primer mandatario, propuesta que fue rechazada por el dirigente conservador, lo que, sin duda, fue su boleto a la muerte.
Otra versión proveniente del narcotráfico inculpa al expresidente Samper y al exministro Horacio Serpa en ser los determinadores del magnicidio de uno de sus más feroces opositores, sin que ello fuera probado a lo largo de los años, incluso, ambos han salido a manifestar en reiteradas ocasiones que no tienen nada que ver en este delicado y penoso crimen.
El lamentable suceso del magnicidio de Gómez Hurtado, desencadenó meses después una oleada de muertes selectivas de personas que aparentemente conocían los orígenes de su muerte, todo ese hilo del crimen originó una serie de investigaciones en los organismos competentes -sin que hoy hayan sido esclarecidos-, tanto así que el magnicidio fue declarado por la Fiscalía General de la Nación, el 19 de diciembre de 2017, como crimen de lesa humanidad, al considerarlo como una forma de «política de exterminio o aniquilamiento”.
Hoy a pocas semanas de cumplirse los 25 años del trágico hecho, el país se sorprendió con la confesión reciente que hicieran los máximos dirigentes de la extinta FARC, quienes reconocieron la autoría del execrable hecho y también la de otros cinco ilustres colombianos, entre ellos, el ex comisionado de paz, Jesús Antonio Bejarano, ocurrido el 15 de septiembre de 1999 al interior de la Universidad Nacional. Este anuncio ya había sido dado a conocer ante la Jurisdicción Especial de Paz -JEP-, mediante carta enviada por los líderes de la ex guerrilla.
La noticia de que cinco lustros después se conociesen a los verdaderos responsables del asesinato de quien fuera además uno de los presidentes de la Constituyente del 91, dejó frío al país y en general a la clase política nacional, pues con ese reconocimiento por parte de las FARC, se pone fin a un ciclo interminable de acusaciones y mantos de dudas sobre los genuinos determinadores del hecho.
Pero como todo en Colombia, al saberse de la noticia difundida por los principales líderes de la ex FARC, salieron nuevamente las voces que quieren seguir sembrando cizaña alrededor del crimen de Gómez Hurtado, descalificando, dudando y hasta afirmando que la guerrilla no tuvo nada que ver en su muerte. El magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, es un hecho grave, doloroso, pero la confesión de las FARC se constituye en un testimonio para llegar a la verdad.
Esto demuestra que el proceso de paz sí sirvió en materia de la verdad, pues la guerrilla cumplió, se desarmó, está asistiendo ante la JEP y están contando la verdad no sólo de hechos tristes como el que hoy describimos, sino también de episodios abominables como el reconocimiento del reclutamiento de menores, el aborto entre las combatientes y otra serie de hechos que se cometieron durante el conflicto armado en Colombia por más de cincuenta años.
Ojalá todo esto nos sirva como sociedad a encontrarnos como colombianos, para aprender a perdonar, a reconciliarnos y a comprometernos a que nunca más el país revivirá esos horribles días de muerte, violencia y desolación que sólo deja la violencia y la guerra.
¡Qué viva la Paz!