No se puede poner en duda la calidad de deportista que fue el astro del futbol argentino Diego Armando Maradona o como lo llamaban “el diez”. Sus intervenciones en política causaron siempre estupor debido a sus comentarios y acciones con líderes poco ortodoxos como Hugo Chaves por ejemplo.
Como futbolista fue adorado y le dejo una gran herencia a ese deporte a nivel mundial.
A pesar de lo positivo que en su vida profesional lo caracterizó, tuvo algunas polémicas con unos de sus colegas pues no se puede desconocer su personalidad un poco arrogante que lo llevó a creerse por encima del mundo entero, hasta considerarse a sí mismo como un Dios, ya que fue el fundador de una iglesia que llevaba su apellido, en la que realizó casamientos y bautismos entre otros actos religiosos.
Según los medios de prensa sus excentricidades, su alcoholismo y su drogadicción lo llevaron a tener escenas violentas con algunas de quienes fueron sus parejas sentimentales y con otros individuos.
Lo que causa estupor y asombro, es que si bien todo muerto es bueno, no se pueden dejar perder los valores de lo ético y lo moral, para que muchos quieran verlo como el mesías.
Imitar lo bueno de las personas es válido, pero pensar que este futbolista argentino, con el respeto que se merece, sea considerado como un ejemplo a seguir, está lejos de la realidad.
Es comprensible que como todo hombre público su fanaticada quiera acompañarlo hasta la última morada, pero olvidar que nos encontramos en una pandemia y poner en peligro la vida de muchas personas no es responsable y deja mucho que decir de un pueblo que al parecer no mostró la disciplina ni el ejemplo y que por el contrario el desorden y el vandalismo fue lo que se caracterizó en esta ceremonia fúnebre.
Estos hechos nos comprueban que en el mundo hay una crisis de valores y que se ha perdido el sentido de lo que es correcto y honesto, y lo que significa el respeto, la solidaridad, la ética y demás principios que una sociedad debe tener para que exista una mínima convivencia pacífica.
Es importante que reaccionemos porque cuando los antivalores dejan de serlo estamos en un caos profundo, en el cual los derechos fundamentales y en particular la vida, no vale nada.