Hace ya 25 años, en la administración Castro, se realizó la última gran “actualización” política y administrativa de la ciudad. Se recuperaron sus finanzas, con un auto avalúo realista que instauró una nueva cultura impositiva entre los ciudadanos; una Descentralización, ahora frustrada, que concedía merecida importancia a lo local y a la participación ciudadana, y un estatuto orgánico que puso los cimientos de una nueva ciudad. Sus sucesores, encontraron esas bases sólidas que, luego de 25 años, son, ahora, obsoletas.
Conocí a Jaime Castro en un foro celebrado en la Javeriana, luego de una intervención como precandidato, en que exponía su nuevo modelo de ciudad, y de la mía, como juicioso estudiante de posgrado. Me pasó un papelito escrito a mano: Llámeme, decía. Luego estaba anotado su teléfono. En una semana me presentaba como director de su campaña, con Hernando Gómez Buendía, entonces director del Instituto de Estudios Liberales, un extinto tanque de pensamiento creado por el ex presidente López, en un acto en el centro de la ciudad.
Ganamos la alcaldía a voto limpio. Sin hipotecarla a contratistas .Sin promesas imposibles. Sin mentiras ni verdades alternativas. El discurso de Castro, fundamentado en la descentralización de la ciudad, una bandera que tuvo un hito importante en el acto legislativo 01 de 1986 que permitió la elección popular de alcaldes y gobernadores; fortalecer las localidades; la participación ciudadana; la gestión con la gente, como en Corpoaseo, para hacerla gobernable. Convertir a los alcaldes, hasta entonces “menores”, en locales, con una junta administradora y un Fondo de desarrollo propio. La propuesta sedujo a los académicos, en un país politiquero, y después, a las mayorías.
La nuestra fue la última administración Liberal de Bogotá: Recuperamos la ciudad para que fuera útil a la gente, cumpliendo una de las funciones que el Estado debe cumplir: redistribuir, sin demagogia. Sin cálculo politiquero. Los concejales, acostumbrados a Co – administrar, salieron de las juntas directivas de las Empresas Públicas; las finanzas se recuperaron, con un auto avalúo que la gente encontró confiable y se acostumbró a pagar. Desde entonces, la ciudad ha recibido buenas notas de las calificadoras de riesgo. Y el andamiaje de gobierno se sacudió con la aparición de las Juntas Administradoras Locales, cuyos primeros integrantes capacitamos en una pequeña oficina en la Avenida Chile. Estábamos en el sueño de la descentralización que también comenzaba en la ciudad. Después ,el embrión de lo Local, sin el que resulta imposible administrar una urbe como Bogotá, perdió sus alas. Más tarde, por cuenta de la guerra y la corrupción desbocada, la perdería en las demás entidades territoriales.
La gestión pública es la vida de Castro. No la padece, la disfruta. Las clavadas que nos metía, en unos interminables consejos de gobierno, desde todos los viernes en la tarde hasta el sábado en la madrugada, fácilmente reiniciaban, nuevamente, a las 7.00 A.M: rendición permanente de cuentas; planeación y control. Resultado de las tareas a cada miembro del gabinete. ¿Se ejecutó? ¿Se puede pasar por la 100 con autopista? ¿Qué pasó con la callecita aquella? ¿Cuánto falta para terminar los colegios? Una y otra vez. La plana tenía que hacerse bien. Se trataba de administrar bienes públicos. “Sagrados”. A días de su posesión puso el tono: ordenó reducir el presupuesto de gastos generales en un 20% y prohibió la compra de vehículos para funcionarios: se necesitaba plata para inversión. Al finalizar gobierno nos advirtió: “no vamos a raspar la olla, el gobierno entrante (Mockus) debe continuar la recuperación de la ciudad”. Un ejemplo de moderación ahora que no solo las raspan: se las llevan.
25 años después; luego de los carruseles y de su evidente “parálisis”, Bogotá necesita una nueva actualización. Debe empezar con un mandato ciudadano claro luego de la elección de su alcalde en doble vuelta, para que no comience a ser revocado cuando se posesione. Es necesario poner diques a la corrupción de nuevo cuño, pero, sobre todo, hay que hacer la ciudad gobernable. Para ello, debemos profundizar su descentralización y renovar su organización territorial dando “dientes” a nuevos entes que aglutinen varias localidades para hacerlos funcionales. Y tenemos que cambiar la manera como se elige su concejo y sus órganos de control.
Se trata, sencillamente, de administrar y no de espejismos diseñados en computador bellamente mostrados en televisión o promesas pretendidamente ideológicas. Como hace 25 años, partiendo del principio de que lo público es de todos, debemos privilegiarlo. Valió y vale la pena.