El 27 de junio de 2017 es ya una fecha histórica para Colombia. Le sobran razones el expresidente Belisario Betancur para afirmar como lo hace en su emocionada carta a Juan Manuel Santos que es también “una fecha ejemplar para el mundo que ansía la paz”.
Únicamente beneficios, traerá para la nación y para cada uno de los colombianos la terminación de la guerra con las FARC. El día del desarme marca un punto de inflexión. Finaliza el conflicto más largo y sanguinario del hemisferio occidental durante más de medio siglo y el que peores secuelas produjo: casi 8 millones de víctimas y 220.000 muertes contabilizadas.
Tales cifras y la tragedia humana indescriptible que materializan dan una idea explícita de las dimensiones que esta confrontación alcanzó y de lo poco conscientes de ello que somos quienes hemos vivido de lejos un enfrentamiento que deja un mayor número de sacrificados que las guerras anticomunistas sumadas en: Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia y los países de Centroamérica durante la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, a juzgar por el estado de opinión que reflejan las redes y las encuestas, está resultando más difícil aclimatar la paz que continuar el enfrentamiento degradado y brutal, inconmensurablemente costoso en vidas y recursos públicos que, pésele a quien le pese, este gobierno ha logrado desactivar.
Resultó mucho más sencillo que la oposición cuyo único propósito ahora es hacer trizas los “malditos” acuerdos, firmara hace 10 años, una muy cojitranca paz con los paramilitares. A pesar de que muchos de ellos eran caracterizados narcotraficantes que le habían comprado franquicias a las Convivir y que legitimara una equívoca negociación política con quienes no estaban realizando una confrontación armada contra el Estado, sino defendiendo un statu quo injusto y abrumadoramente inequitativo y desigual.
No hubo verificación de las Naciones Unidas para la entrega, que apenas alcanzó al 0,66 de armas por desmovilizado, ni identificación de caletas. Y, cabe recordar, que los paramilitares tampoco han traspasado al Estado hasta el día de hoy ni siquiera el 2% de los bienes despojados a punta de masacres, sangre, fuego y motosierras, para que sean adjudicados a las víctimas.
Las FARC han señalado la ubicación de 900 caletas y entregado más y mejores armas que en el resto de los procesos monitoreados por la ONU en diversos lugares del planeta. Y, además, se han comprometido a transferir la totalidad de sus bienes mal habidos para el efecto de compensar los daños provocados a la población.
Para el Centro Democrático y sus aliados la paz ansiada, la paz anhelada con el corazón por varias generaciones de colombianos constituye una derrota que no están dispuestos a aceptar y en el empeño de aniquilarla, como lo han venido intentando hacer hasta ahora, no respetarán límites éticos, ni razones de justicia, conveniencia, necesidad o pura y simple convivencia democrática.
Pero es tan atrayente el porvenir y resulta tan prometedor un horizonte sin turbulencias ni zozobras derivadas de la apelación a las armas en lugar de a las ideas para ejecutar cometidos políticos, que, al final el interés general se terminará imponiendo sobre el ánimo revanchista, las incitaciones a la venganza y el apego patológico del grupo dirigente que ata su supervivencia a un pasado anclado en la violencia que las nuevas generaciones están decididas a dejar definitivamente atrás.
La gente más joven es generosa y solidaria, valora su libertad y la importancia de vivir en un sociedad tolerante y abierta, respetuosa de la diferencia y de los derechos inalienables de las minorías amenazadas por el extremismo religioso coaligado con la extrema derecha, es responsable con el medio ambiente, tiene confianza en el futuro y no se dejará arrebatar esta oportunidad excepcional de imprimirle un viraje a la realidad de la cual será protagonista.
Todos ganamos con la paz. Como viene ocurriendo desde el cese al fuego parará el desangre y las muertas violentas que el conflicto generó a lo largo de 52 años de pesadilla. No habrá más soldados ni guerrilleros muertos ni niños o adultos campesinos mutilados por las minas quiebrapatas, que están siendo eliminadas por escuadrones integrados por exguerrilleros de las FARC y miembros de nuestra fuerza pública.
La industria, la seguridad, la educación, la infraestructura sentirán el influjo bienhechor que da la tranquilidad de desenvolver sus potencialidades en un entorno normal.
Podrán liberarse recursos para combatir con más ímpetu y capacidad el narcotráfico, los rebrotes de paramilitarismo y las redes criminales.
Habrá mayor productividad y mejor desempeño en el sector productivo, como ha ocurrido sin excepción en los países que han concluido procesos de paz semejantes al nuestro. En ninguno de ellos el crecimiento adicional ha sido menor al 1% del PIB. Planeación Nacional estima para Colombia una expansión económica equivalente a entre 1.1 y 1.9 annual del PIB