Hace unos meses, durante uno de los actos de la gira que realicé por Europa para divulgar la verdadera situación de las víctimas de las Farc, me sorprendió que, en Normandía, una importante senadora de Francia, refiriéndose a mi condición de embarazada, señalara públicamente como un tema excepcional que se mezclaran maternidad y vida política. Hoy, cuando tengo en mis brazos a mi hija Palma, me surgen algunos interrogantes que quisiera compartir con mis lectores:
1) No puedo concebir cómo todavía haya quienes no comprendan la necesidad de incluir el ciclo reproductivo dentro del sistema productivo. Sin la reproducción, no puede existir la sostenibilidad de ningún sistema social. Precisamente por ello, cada día es necesario facilitar y promover la etapa reproductiva, especialmente en países con altos índices de envejecimiento de la población, pues, con miras a la sostenibilidad de cualquier sistema social pensional, se requieren nuevas generaciones que den seguridad y factibilidad al retiro tranquilo y en condiciones de dignidad para aquellas personas que, después de prestar toda su vida útil profesional, tienen derecho a una jubilación con todas las garantías económicas.
2) En un país en el cual más del 60% de los niños nacen sin un padre responsable, debemos promocionar un ingrediente de compromiso y de participación no solo de las madres, sino también de los padres, a través de medidas como la de compartir, a discreción de las madres, la licencia de maternidad, con los padres responsables, como ocurre en muchas de las naciones ejemplares del mundo. Me preocupa que, por el contrario, crece la tendencia regresiva a fortalecer la idea de que los hijos son de la madre, a través de propuestas como la de la despenalización de la inasistencia alimentaria. Hay que cambiar esa cultura, exigir a los jueces que judicialicen efectivamente a los padres irresponsables y, al mismo tiempo, implementar disposiciones que enaltezcan para los padres el privilegio y la responsabilidad de la paternidad.
3) Al ver a una niña, querida y protegida, como mi hija, pienso en tantísimos niños colombianos no deseados, que nacen sin ninguna seguridad, dando pie muchas veces al ciclo que los lleva a ser abusados, maltratados, explotados o reclutados. Ahora, cuando las Farc, descaradamente, desafían la generosidad de la sociedad, al afirmar que no devolverán a más menores, pienso en esos miles de niños que fueron arrebatados de sus padres, para no tener ningún futuro, en una guerrilla que, como se ha demostrado, ni siquiera les dio el mínimo que el proyecto comunista aseguraba, que era la educación. Valga la pena recordar que, según reportes recientes, entre el 80 y el 90% de los guerrilleros que fueron reclutados como menores no saben leer ni escribir.
¿Y olvidaremos a los innumerables menores que han muerto por causa de las Farc, o a los que han perdido sus miembros por las minas, o a los que han padecido la violencia sexual, física y psicológica de ese grupo, marcados para toda la vida con una cicatriz que nunca les devolverá la posibilidad de una biografía feliz? ¿Y soslayaremos a tantos que no pudieron nacer por la política sistemática de ese grupo, de abortos forzosos? ¿Cómo mirar para otro lado, cuando se han registrado más de 2.300.000 menores víctimas en Colombia?
4) Una última reflexión es sobre el país que le tocará a Palma. Las cifras, en cuanto a infancia y adolescencia en Colombia, son contundentes: 1.396.000 menores son víctimas de explotación laboral. Cada hora, dos niños son víctimas de abuso sexual y, diariamente, se registran en el país, en promedio, 24 casos de abuso sexual a menores en la Red. Y si horroriza que, el año pasado, se presentaron 32 casos diarios de violencia intrafamiliar y maltrato a menores, debe preocupar mucho más que, en el primer trimestre de este año, la estadística aumentó en un 8.45%. Una de cada cinco adolescentes colombianas ha estado embarazada. ¿y qué decir de la desnutrición infantil, que, en nuestras comunidades indígenas, oscila entre un 39.6% y un 52.8%? Y no nos alcanza el espacio para hablar de la exclusión del sistema escolar, ni del abuso de sustancias psicoactivas, ni de infecciones de transmisión sexual, entre otras problemáticas urgentes.
Las estadísticas sólo constatan que nuestro Estado va en franco deterioro, a una velocidad vertiginosa, impulsada por un gobierno carente de brújula. Sin embargo, los colombianos somos una especie singular, cuya única balsa de salvación siempre ha sido la esperanza, y esa misma esperanza nos lleva a no perder la fe en recuperar el rumbo de un país democrático cuyos políticos honren la verdad, con discursos que sean rutas de gobierno y no promesas de campaña. Necesitamos un país donde los legisladores, con independencia, ponderemos las necesidades urgentes y legislemos sobre lo fundamental; donde la justicia funcione con prontitud, procese y castigue a los culpables y emita fallos con independencia y en derecho.
Como mujer, como madre y como senadora, mi compromiso seguirá siendo por que los derechos y el amor de los que mis hijas gozan sean los que puedan tener todos nuestros niños.