La solución política en Venezuela se demora. A Colombia corresponde atender la crisis humanitaria que se vino y anticiparse a una eventual confrontación desatada por un régimen que hace rato perdió la cordura.
La constituyente de Maduro sumerge a Venezuela en una nueva fase de la “revolución” chavista que no puede calificarse sino como una dictadura. En términos prácticos fue un golpe de Estado a la Asamblea Nacional, elegida con 14.4 millones de votos, en la que el régimen había perdido mayorías. Después de 18 años la actual Constitución, propuesta y elaborada por el mismo Chávez, le quedó estrecha para desarrollar su “modelo” de gobierno. Paso a paso ha venido rompiendo lazos con la democracia y sus instituciones. Ha tenido tiempo y espacio hasta que se sintió amenazada cuando la gente ocupó las calles.
En cualquier democracia 18 años de continuidad en el gobierno son un larguísimo periodo; aún en el país con las mayores reservas petroleras del mundo al que le tocó un periodo de bonanza con el barril a 100 dólares que por bastante tiempo le dio aire. El socorrido pretexto de las dictaduras, gobernar para y a nombre del pueblo, incluido el que le contradice, ha vuelto a América.
Las dictaduras de “izquierda”, diferentes al socialismo democrático, en el pasado y ahora, han recurrido al fundamentalismo para justificarse. Quienes las acolitan no consideran que ni en sus inspiradores teóricos, Marx o Lenin, ni en sus sucesores existe una teoría de la política en democracia. Clara y abiertamente pensaron en una dictadura que muchos ejercieron a nombre de un proletariado que en la sociedad contemporánea es cada vez menos relevante. ¿Acaso gobernó la “clase obrera” en la Unión Soviética o lo hace ahora en la China del capitalismo vergonzante o en Corea del Norte?
El endurecimiento del régimen venezolano apenas comienza con esta constituyente. Luego de cerrar la frontera y proponer un conflicto con Colombia, con la invasión en el alto Arauquita, para distraer y ganar tiempo, muestra su verdadero rostro.
Nadie debe llamarse a engaño: a pesar del fraude reconocido en la elección; a pesar de que solo anunciaron 8 millones de votos (un 41 % de participación), sin elecciones libres es difícil reclamar mayorías por parte de una oposición dividida o legitimidad por parte del gobierno. La solución, la realización de elecciones, se va a demorar, dependiendo, básicamente, de tres factores:1) La presión de la gente en las calles, 2) La de la comunidad internacional y, 3) Una eventual división en sus fuerzas militares.
Colombia no debe actuar aisladamente si no al unísono con los vecinos y la comunidad democrática internacional. Vale considerar que es una incógnita, a pesar de sus declaraciones, la postura de Estados Unidos que tiene la sartén por el mango con la posibilidad de suspender los 700.000 barriles diarios que le compra a una Venezuela que depende (93%) del petróleo para conseguir divisas .Por otra parte, Rusia y China son proveedores, compradores y acreedores importantes del régimen venezolano. El peor escenario es la transformación de la actual confrontación interna en un conflicto vinculado a las nuevas realidades indeseables de la política internacional, como en Siria.
En el corto plazo la crisis humanitaria es inminente y ya observamos en Colombia sus avanzadas. La solidaridad es natural pero nuestros recursos son escasos. Atención médica, albergue y alimentación para nuestros hermanos deben ser garantizadas. Es un deber de los gobiernos pero, también, de la gente; de nosotros mismos.
Sin embargo para Colombia el mayor reto será seguir lidiando, sin dejarse provocar, con un régimen que se ha demostrado capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder: luego de acabar con el comercio binacional, cerrar la frontera y expulsar como parias a miles de colombianos empobrecidos, endosándonos una carga atribuible únicamente a su mal gobierno, el régimen irresponsable de Maduro, que solo se preocupa de sí mismo, siempre estará dispuesto, como último recurso, a proponernos un conflicto. Más vale seguir atentos.