La oposición venezolana quiere tumbar a Maduro de la presidencia. Pero sus métodos están fracasando por una razón contundente: no tienen un plan para manejar el país y sacarlo de la crisis.
Los opositores, llenos de vanidades, se dieron a la tarea de liderar durante cuatro meses una protesta social contra Maduro. Fueron exitosos en movilizar a millones de personas en Venezuela y concitaron la solidaridad internacional. Además, pusieron al descubierto la represión oficial y la corrupción de la cúpula gubernamental.
Sin embargo, internamente, los líderes de la oposición no logran construir un discurso creíble sobre la manera cómo Venezuela debe salir de la profunda crisis económica en que Maduro la ha hundido, al punto de tener la inflación más alta del mundo y una producción industrial en franca decadencia, especialmente la petrolera.
Los opositores no dedican tiempo en sus agendas a la construcción de una propuesta que ayude a la recuperación social del país y, por el contrario, se ponen en la tarea de profundizar las divisiones entre las legiones chavistas-maduristas y aquellas que quieren una fórmula distinta de gobierno. El problema es que los seguidores de Chávez y Maduro fueron capaces de resistir en las calles las intenciones de los opositores.
Durante los meses que duraron las protestas, la Mesa Democrática que reúne a los opositores no les presentó a los venezolanos una propuesta seria sobre lo que debe ser el gobierno de transición, una vez Maduro y su gente salga del poder.
Bastó con que el gobierno anunciara elecciones regionales para que la división entre la oposición se hiciera visible. Eso de la Mesa de Unidad se rompió en pedazos. Venezuela se quedó sin voceros creíbles para enfrentar a Maduro. No volvieron las marchas de protesta y sobre la realidad de ese país muy poco se sabe debido a la mordaza oficial a los medios de comunicación.
Lo que es innegable es que Maduro instauró un régimen político de terror, que tendrá que responder, en algún momento, por los crímenes cometidos durante las protestas. Millones de personas siguen sufriendo de hambre y padeciendo todo tipo de necesidades, sin que se tengan solución a la vista. La economía está derruida y su situación es más crítica debido a las sanciones que ya está aplicando Estados Unidos. Los militares son una casta privilegiada, que protege un sistema de gobierno inequitativo, injusto y represor. Los altos mandos militares y la mayoría de los altos funcionarios, han convertido a Venezuela en una narcodemocracia. La presión internacional para lograr un cambio se ha ido diluyendo a la misma velocidad con que la oposición pierde peso e importancia en ese país, especialmente ahora cuando fue derrotada en las elecciones locales.