Militante, es aquel que hace parte de un grupo u organización por convicción a las ideas que los unen, aquel que participa especialmente en partidos políticos.
Se convirtió en sinónimo de desprestigio, al militante ahora lo creen “engañado”, lo atacan por “borrego”, lo critican por “seguidor ciego”. Mientras las personas gritan que ha “ningún político se le tiene que creer”, el abstencionismo aumenta, y así las muchas veces mal llamadas maquinarias se imponen una y otra vez, se elige al hijo, y al hermano que hereda una misma “estructura política”, se reclutan jóvenes con padrinos políticos para hacer más de lo mismo, y se los usa después en muchas campañas como una masa de gritos y ruido, meramente “decorativo”, sin voz, sin que sus ideas realmente se vean reflejadas en el plan de gobierno del candidato, una bandada de personas, no de militantes.
Daniel Zovatto decía: “nada contribuye tanto a la credibilidad y a la consolidación de la democracia como el prestigio y la consolidación de los partidos. Y a la inversa, nada erosiona más la vida democrática como el desprestigio y la parálisis de los partidos y su incapacidad para ofrecer respuestas eficaces a las demandas de la ciudadanía” (Zovatto, 2006)
Las redes sociales son un ejemplo perfecto, mientras intentamos buscar un debate de ideas, las redes giran alrededor de un debate de personas, sus cualidades, sus imperfecciones, sus forma de vestirse, etc, y no me refiero a los artistas, me refiero a gobernantes.
Hace poco leyendo el corto pero hermoso texto de Rodrigo Llano Isaza, “Ideología Liberal”, el autor hablaba sobre el “Liberal desconocido”, y la necesidad de rendirle homenaje, de capacitarlo, de no dejarlo morir.
Es más fácil en política no sentirse parte de nada, es más fácil adherirse temporalmente al nombre de una persona, porque en el fondo “¡él es el hombre!” (o mujer), esa persona “tiene las ideas que me gustan” aunque solo sea una o dos, pero, esa persona por mejores ideas que tiene muchas veces no logra consensos, sus ideas no son más perdurables que su propia vida, es humano y comete errores, y esa responsabilidad por esas decisiones dura lo que dura su movimiento o discurso, no hay institución, no hay partido, no hay militantes.
No estoy en contra de los movimientos minoritarios que enriquecen el discurso, tampoco estoy en contra de personas que a través de firmas buscan cambios en un sistema corroído, pero parece que hemos perdido el horizonte, queremos salvar las instituciones, y reclamamos más institucionalidad, pero irónicamente lo hacemos a través de caudillismos, de humanos que se creen por encima de esas instituciones, y los ponemos sobre los pedestales, del bien y del mal.
El verdadero militante no debe morir, ese que cree que las ideas colectivas de su partido aún viven, que madruga para organizar los eventos donde se debaten las ideas que van más allá de una persona, que lucha desde dentro por la renovación de su partido, lucha para defender NO sus banderas, sino las que como grupo de personas, han discutido, han dialogado, e incluso a veces han perdido.
Ser un militante, es no abandonar una colectividad solo porque no le dieron la razón, porque perdió una elección, porque no triunfó en un debate. Para eso son los militantes, para construir alrededor de otros, y no para abandonar el barco a la primera señal de oposición.
Se volvió un pecado en Colombia defender ideas y no personas, ahora te señalan por hablar de militantes, por creer que las plataformas ideológicas existen y van más allá de lo electoral. Quizás eso explica en buena medida la crisis de los partidos, los corruptos que se han infiltrado, y el desinterés de la clase política por los proyectos más allá de sus nombres.
Busquemos que las ideas triunfen, los proyectos colectivos florezcan, y las voces arrogantes se acallen. ¿Pido demasiado? De eso se trata la vida política, y por eso hoy le rindo homenaje al Militante desconocido.