El miedo, ha sido un elemento esencial de las campañas políticas durante años, y por eso es necesario recordar a Manuel Castells (2009, P. 215): “Hay un mayor escrutinio de las posiciones de un candidato cuando un mensaje dispara el miedo”, de hecho, “El odio, la ansiedad, el miedo, y la euforia son especialmente estimulantes y también se retienen en la memoria a largo plazo”.
Esta arma ha sido de tal grado de efectividad, que ante una campaña compleja, es normal que los diferentes candidatos la difundan en los electores. Y Colombia parece el caso perfecto.
La FARC con total cinismo, no sabe dar explicaciones concisas sobre las razones por las cuales no pasaron por la Jurisdicción Especial de paz antes de las elecciones, y aunque existe un motivo racional para explicarlo, en esta campaña de emociones (como siempre lo ha sido) sus palabras arrogantes en medios de comunicación no solucionan el problema, y hablar de los “enemigos de la paz” parece un concepto desgastado y poco creíble para la mayoría del electorado.
El Centro Democrático (CD) se aprovecha de esa situación para despertar esas emociones, aunque muchas marchas contra la FARC en diferentes regiones del país han sido casi espontáneas, es bien sabido que otras están planificadas, son personas que instigan al odio e imprimen miedo, y este desemboca en violencia. Si usted le pregunta a un candidato de ese partido, la FARC está comprando votos, y por lo tanto son un peligro, lo dicen claro está sin denuncias, quizás sin pruebas, y siempre mencionando su número y partido político al periodista que les pregunte.
Los extremos están tensos, por eso la candidata vicepresidencial de Timochenko sale a medios a decir que al país lo adoctrinaron para odiarlos a ellos, pero no para odiar a los paramilitares, mientras en las regiones el CD se aprovecha para armar un inmenso show alrededor de su presencia. El descaro de unos, y la instigación de otros, enardece las emociones ciudadanas.
Los demás candidatos presidenciales no están fuera de este juego, a cada uno se le escucha un discurso que busca cerrar filas ante un “gran enemigo”, un discurso “contra algo” o “contra alguien”, sea la corrupción, sea la clase política que rechaza el progreso, sean los enemigos de la paz, o el castrochavismo, todos tienen claro quién ese “coco” al que los ciudadanos deben temer y enfrentar en las urnas.
El problema comienza, cuando ese debate de búsqueda de emociones, se convierte en violencia, cuando el motor del debate es generar odio hacía un rótulo, como FARC, Uribista, Farcsantos, Gay, Guerrerista, Comunista, Mamerto y podría seguir todo el día. Cuando se busca por vías de hecho enviar mensajes a ese grupo, o se quiere estigmatizar a esa persona por ese rótulo, porque eso lo convierte en una “amenaza”, cuando el respeto a la integridad del otro se subvalora.
El análisis no es a juzgar a quienes buscan tocar las emociones, es a reflexionar y rechazar a los que justifican la violencia, y quieren generar odio hacía un grupo de personas, como también a aquellos que sin la más mínima contrición dicen ser víctimas de ese odio esperando que todos miremos a un lado sin criticar su propia incoherencia. Seguramente muchos de los que usan esta estrategia tienen ideas grandes e interesantes, pero sus medios son cuestionables, reprochables, y por lo tanto condenables en las urnas, de ahí la necesidad a pensar en esto.
A propósito Castells también habla del poder de la esperanza en las campañas, ojalá algún candidato lo esté leyendo.