Las redes sociales hoy son claves y las estrategias centradas en compra de votos, manipulación de elecciones y corrupción de funcionarios electorales, vienen cediendo espacio progresivo a la adopción de maniobras digitales, que por su dimensión y alcance masivos ponen en peligro la existencia de la propia democracia. Aunque debemos reconocer que en muchas regiones colombianas las dos metodologías se juntan y que esa sinergia puede producir consecuencias devastadoras.
Está ocurriendo en el mundo entero, sin excluir a América Latina y a Colombia en particular, país que se apresta a realizar elecciones presidenciales y parlamentarias en un clima de confrontación y odio ascendentes, destilados a través de las redes, que ya mostró sus alcances perversos durante el plebiscito por la paz. El Centro democrático está demostrando que se no se detendrá ante ninguna consideración ética, política o de conveniencia nacional en su empeño de liquidar la paz.
La política se está aprovechando en todas partes del hecho de que millones de personas que antes no podían expresar sus opiniones frente a una estructura mediática avasalladora, ahora pueden hacerlo, con absoluta libertad y sin ninguna responsabilidad, a través de las redes.
La gente le cree más a los algoritmos o a los usuarios amparados en el anonimato que a los medios, ya que los primeros tienen la particularidad de susurrarles individualmente al oído para reforzar sus percepciones negativas, sus miedos y sus prejuicios. Y no les falta razón, porque radio, prensa, televisión y los gigantes emisores de información global, sobre todo durante los últimos 40 años, se han posicionado de manera nítida como los portaestandartes de los intereses creados.
Además, la interacción de los usuarios en las redes sociales permite dar rienda suelta a su agresividad e incluso materializarla en agresión frente a un otro virtual que puede ser borrado, zaherido o aniquilado sin ninguna consecuencia real o emocional para el atacante.
En un mundo donde, como ocurrió en 2017, el 82% de la riqueza creada fue para el 1% más rico de la población, no es de extrañar que la rabia pulule y se manifieste de cuerpo entero en las redes sociales.
Ni debería ser motivo de asombro que los cientos de miles de millones de ciudadanos comunes y trabajadores que vieron sus salarios caer o han perdido sus trabajos a causa de la deslocalización y la robotización de las plantas industriales, se sientan decepcionados y furiosos mientras las grandes corporaciones (que agrupan a ese 1% dueño de la fortuna planetaria), que establecieron las reglas y crearon las instituciones para impulsarla, disfrutan la productividad de la globalización y siguen acumulando ganancias a expensas de las mayorías.
En Europa, además, se ha instalado un grande miedo cultural e identitario frente a la avalancha inmigratoria que está siendo capitalizado por las derechas extremas.
América Latina está viendo desaparecer los gobiernos de izquierda y reina la incertidumbre en torno al resultado de las elecciones de Colombia, México y Brazil que tendrán lugar en el 2018.
Actualmente las plataformas digitales solo responden a sus propias políticas corporativas y los monstruos de la comunicación trasnacional como Google hasta el momento han resultado imposibles de controlar, aunque algunos países como Brazil o Alemania parecen haber avanzado en la implementación de mecanismos institucionales para blindarse contra los ciberataques.
Es hora de que Colombia empiece a averiguar cómo lo están haciendo ya que se anuncian serías y muy creíbles amenazas de injerencia en los próximos comicios que tendrán lugar en el Continente, a través de la larga mano de Putin.
Y la amenaza no es de poca monta. Seis millones de cuentas falsas se dedicaron a difamar a Hillary Clinton y sin duda precipitaron una derrota que parecía tan improbable como la elección de Donald Trump, a quien se sigue investigando por la injerencia rusa en su elección. Facebook admitió que 126 millones de estadounidenses estuvieron expuestos a noticias falsas durante la campaña electoral.
La ciber guerra basada en inteligencia artificial, en el ambiente de tensión de la guerra fría revivido por Trump y Putin, que responde a sus intereses económicos y geopolíticos, con sus ejércitos de bots y trolls ya se ha instalado entre nosotros.
Si no, ¿como se explica que a nuestros muy locales candidatos presidenciales las empresas especializadas Adalid y Lore ya les hayan podido detectar cientos de miles de seguidores falsos provenientes de países como Turquía, Egipto, Pakistán, la India, Palestina, Suiza, Filipinas, Dinamarca, Polonia, Suecia, Noruega, Turquía Iraq y Egipto?