¿Dónde están realmente las mayorías?

Opinión Por

Concluida la primera vuelta electoral en Colombia siguen estando en juego la paz posible y el pluralismo y resurge el peligro de la reactivación del conflicto.

Como resultado de la paz firmada con las FARC, las elecciones se realizaron sin un solo incidente, fueron transparentes, garantistas y amplia y democráticamente monitoreadas y contaron con una incrementada participación ciudadana.

Los guarismos electorales del 27 de mayo dejaron un gran ganador, Iván Duque, pero también sacaron a flote un fenómeno de transición política de enormes proporciones representado en las abultadas votaciones conseguidas por Gustavo Petro y por Sergio Fajardo.

El electorado ya no les responde a los partidos tradicionales que fueron   los grandes derrotados en estos comicios. Particularmente demostrativa resulta la debacle del liberalismo. Con Humberto de la Calle -un excelente candidato- sin embargo, el partido no pudo pasar el umbral y se arriesga a salir definitivamente de la escena política nacional.

Las del 27 de mayo fueron unas elecciones diversas en las cuales el odio acumulado contra las FARC, exitosamente manipulado por el Centro Democrático durante casi dos décadas y el pánico a que se replique en Colombia lo que ocurre en la hermana Venezuela madurista que agoniza, tuvieron un impacto decisivo en nuestro proceso electoral.

El desplome de las colectividades partidistas le está abriendo camino a las alternativas populistas.

Todos los rezagos del viejo país con sus mañas, resabios, vicios y   corrupción y las maquinarias pulverizadas están volando a acomodarse en torno a Iván Duque, quien pese a su juventud y frescura es simplemente el que “dijo Uribe.”

Y no ha dejado de ser, metamorfoseado por su incuestionable suceso electoral, el caballo de batalla de las fuerzas más oscuras, de los partidarios de la guerra y de los apoderados de los intereses que desde siempre han considerado el autoritarismo y la violencia como los instrumentos más eficaces para dirimir las contradicciones de una sociedad, que, no obstante, su inserción parcial en la modernidad y sus avances en muchos campos, es intolerablemente desigual e inequitativa.

La más palmaria demostración de que aquí los partidos son irrelevantes,  carecen de programas, principios e ideología y no responden a las demandas de la sociedad sino principalmente a las necesidades de aprovechamiento de lo público por parte de las cúpulas y  a las ambiciones de sus vástagos; es la facilidad, celeridad y ausencia de compromisos programáticos, con que se han pasado, sin rastros de pudor y a la velocidad de la luz al campo adversario.

El sistema se ha compactado. Álvaro Uribe, Cesar Gaviria, Vargas Lleras, Alejandro Ordoñez, unidos a los conservadores de todas las banderías políticas y confesionales, juntos y revueltos, ya están alineados y en formación de batalla para enfrentarse a las fuerzas nuevas que irrumpen en la vida colombiana.

En la orilla opuesta, los casi cinco millones de votos obtenidos por Petro constituyen, pese a los dos millones y medio largos más, depositados a favor de Duque, un gran triunfo para la izquierda democrática y son la evidencia de que -al fin- ésta empieza a desmarcarse en el imaginario colectivo de la idea extendida, durante el más de medio siglo que duró la confrontación, de que era tan solo una proyección de la insurgencia armada.

Petro encabeza una reacción popular y de la periferia apoyada por la juventud que le ha permitido consolidarse como el adalid de una propuesta de cambio que concita esperanzas en grandes sectores de la población víctimas de la exclusión y el desamparo.

Fajardo logró que sus propuestas racionales, sensatas, lejanas de la crispación y ajenas al radicalismo que conmociona a la opinión y la polariza, lograran el respaldo de un gran número de votantes de las mayorías nacionales silenciosas que aspiran a ser protagonistas y a transformar nuestra sociedad.

Unidos Petro y Fajardo con gran número de independientes y de liberales fieles  al ideario y al sentimiento popular primigenio que le permitió al partido ser el impulsor de las reformas más trascendentales de la historia del país, son más, muchos más, que aquellos que pretenden retornar al pasado y volver trizas como lo han venido pregonando, no sólo el acuerdo de paz, los derechos fundamentales de la Constitución de 1991, el pluralismo social y el reconocimiento pleno de las diversidades y las etnias,  sino las perspectivas de futuro de los colombianos.

Aunque los dados parezcan echados a favor de Duque, las afinidades entre los seguidores de Petro y Fajardo son mucho mayores que las diferencias entre sus proyectos políticos.

Un acuerdo sobre lo fundamental permitiría superar todos los escollos.

Si la candidatura de Petro, morigerada por la presencia creativa de Fajardo, suavizara su acento antisistema, las fuerzas que propugnan por la consolidación de la paz, en cifras ratificadas ya, tanto en la primera como en la segunda vuelta podrían unirse en torno a un programa y constituirían la mayoría.