En un ejercicio de lógica elemental, sus detractores, no deberían gastar munición en un difunto. Destilar más sus venenos. Si estuviera tan muerto no haría sentido volverlo a lapidar, como lo intentan.
Ejerciendo una manera de hacer política en la que pesan más sus intereses que razones objetivas, una vez más, le han caído con todo al Liberalismo. Desde sus malquerientes, digamos, “naturales”, que le adjudican buena parte de sus propias frustraciones y males, hasta los oportunistas de siempre que, al no disfrutar ya las comodidades que el partido les ha ofrecido, lo utilizan, otra vez, como recurso para subirse al “caballo ganador” en un típico acto de oportunismo politiquero.
Esa manera de hacer política, fundamentada en los intereses personales y no en los generales, principio sobre el que se fundamentan los partidos, ha traído al Liberalismo hasta el lugar en que se encuentra; mal herido pero jamás muerto o derrotado tal como muchos lo quieren ver.
Más allá de comentarios fútiles, despechados o interesados, existen cuatro hechos observables, cuando menos, que podrían explicar el declive electoral del Liberalismo, sin que ello implique su desaparición.
El primero de ellos es el sistema de voto preferente y las listas abiertas, enquistado en la política colombiana en detrimento de los propios partidos. Lo representa quien más votos, a cualquier costo, consiga y no necesariamente quien elabore mejores propuestas o posea mejores calidades y cualidades. Tiene más posibilidades, en este escenario, quien disponga de mayores recursos, no intelectuales o morales, si no puramente económicos. Y no me refiero al delito de compra de votos o al fraude.
El segundo es el desgaste histórico y natural de un partido al que le correspondió, por largos periodos, el ejercicio del gobierno, tarea más compleja en los ciclos recesivos. En épocas de crisis pocos recuerdan el rol del Liberalismo en la abolición de la esclavitud; el desarrollo de las instituciones; el voto femenino; los derechos de los trabajadores y, siempre, la defensa de las libertades. La utilización del Estado para propiciar bienestar, crecimiento e igualdad. Su capacidad, como corresponde, para entregar, sin ninguna reticencia, el gobierno a otras fuerzas en ejercicio de la alternancia propia de la democracia, sin caer en tentaciones autoritarias y dictatoriales, como hace el populismo mesiánico en Venezuela o Nicaragua.
Los malos políticos se han ido del partido para otras toldas dejándole a este sus responsabilidades y “pecados”, hecho patrocinado por unas reglas que han institucionalizado voltiarepismo y transfuguismo. Responde por ellos, cosa que no tienen que hacer los movimientos emergentes sin historia. Así, ha debido hacerse cargo de un enorme pasivo. Juega en desventaja.
El tercero se refiere a la crisis de la democracia y los partidos en la era global: la reducción de ingresos de los gobiernos, que ha propiciado la globalización, afecta la capacidad del Estado para cumplir sus promesas y funciones. Consecuencia de ello han perdido credibilidad los partidos. El Liberalismo no ha sido ajeno a este fenómeno. Tampoco ha sido “dueño”, en exclusividad, de la corrupción o la influencia del narcotráfico en nuestra realidad política.
El cuarto se encuentra fundamentado en la propia estructura del partido en la que deciden, casi exclusivamente, políticos con las calidades descritas en el punto uno. El excesivo pragmatismo y parlamentarismo ha arrollado a las ideas debiendo “los portadores de lámparas ceder sus espacios a los vendedores de especies y trebejos”. Como consecuencia natural, el divorcio entre estructura partidista y opinión ha crecido cada día.
Contra malos augurios y pronósticos, afortunadamente, la utopía Liberal no desaparece de la memoria y la esperanza colectiva: Pese a su alejamiento del poder en nombre propio; a los malos políticos, que han hecho “fiestas” en su nombre; a quienes critican, con el deseo, la importancia de su papel histórico sin proponer alternativas, el Liberalismo sigue vivo aunque en una ya larga catarsis: en todas las encuestas realizadas en los últimos años, una mayoría de colombianos se sigue sintiendo Liberal aunque no representada por sus candidatos o sus maneras de ejercer la política.
Tenemos más Liberalismo que resultados electorales. Aun así, la segunda fuerza en el congreso. El difunto sigue vivo: “Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud” puede decirse a sus “enterradores”.