Llama mucho la atención que, como hemos visto en estos días, los colombianos seamos capaces de unirnos en torno a una selección de fútbol, pero no alrededor de los gobernantes, de los cuales depende el futuro de todos.
Los colombianos nos sentimos parte de los triunfos futboleros de Colombia; abiertamente, damos consejos, comentarios o sugerencias a Pekerman, sobre una jugada o una estrategia y estamos con nuestro equipo en las buenas y en las malas.
Una de las grandes fortalezas de nuestra selección es que cuenta con un “equipo” de cincuenta millones de personas que no perdemos la esperanza. La semana pasada, luego de un partido terrible contra Japón, no nos dimos por vencidos, le dimos al tricolor un compás de espera, y, ahora, nos regocijamos de haber tenido fe en la selección, que acaba de dar tan buenos resultados en los partidos contra Polonia y Senegal.
Pero, mientras tanto, a pesar de que el presidente electo Duque repite en todas partes que su gran propósito es el de superar la polarización y de sumar las fuerzas de quienes realmente tenemos interés en reconstruir el país, le está tocando lidiar con Petro y su camarilla que, sin que haya ni siquiera comenzado el nuevo gobierno, están haciendo desde ahora de la oposición no una disidencia reflexiva y propositiva, sino una crítica destructiva y oportunista que solo busca entorpecer el rumbo del nuevo programa, porque cree que su única opción para llegar al poder es deslegitimando la institucionalidad del país.
Así como todos los colombianos nos sentimos orgullosos de nuestra selección y estamos siempre con ella, porque ella es “nosotros”, quiero que nos sintamos partícipes del nuevo gobierno. Los invito a todos a apoyar al director técnico del país y a confiar en su equipo, que va a ser seguramente, la Selección Colombia de nuestro futuro, en cuanto a capacidad y a compromiso con la recuperación del país y la salvación de la democracia.
El mejorestar de todos implica el ejercicio activo de derechos fundamentales como la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la seguridad y la participación política. Y esto no puede lograrse sin una estrategia de unión de todos los sectores y colectivos de la sociedad, más allá de su ubicación en el espectro ideológico.
“Si estamos juntos no hay nada imposible. Si estamos divididos todo fallará”, decía Churchill. Parece que esta máxima ha descrito fielmente el éxito y la ruina de las naciones, en distintos períodos. Veamos algunos ejemplos:
Tras la Guerra de Secesión, Lincoln buscó la reconstrucción mediante asegurar el restablecimiento de la unidad del país, al favorecer una política de amnistía que permitiera que las élites del Sur se asociaran de nuevo rápidamente a la gestión del país.
De la Segunda Guerra Mundial, los países europeos, grandes protagonistas de la misma, salieron devastados y en la ruina. Para superar esta situación, en 1947, los Estados Unidos ofreció una gran ayuda financiera, el plan Marshall, a todos los países interesados, con la condición de que se unieran para hacer valer sus principios y sus necesidades. De allí se consolida el sueño de Carlomagno de una Europa que, gracias a la unión, logra reconstruirse y, a través de los decenios, consigue que perdure la paz entre sus naciones (otrora feroces enemigas), a través del diálogo y la integración, pero con la claridad de que las naciones responsables de los más graves crímenes, como Alemania, tendrían que pagar sus deudas, como Estado, y de que los responsables de los mismos harían lo correspondiente, ante la justicia.
En el Japón, por su parte, tras la Ocupación, todos se unieron en torno a la figura del Emperador; y, en Corea, el vertiginoso desarrollo después de la guerra dependió en gran medida de la cooperación público-privada.
En nuestro país, desde la Patria Boba y la Independencia, los intereses personales y la falta de apertura para reconocer y escuchar al otro han sido causantes de la parálisis que no nos ha dejado florecer como la potencia que Colombia tendría derecho a ser, por sus recursos naturales, culturales y humanos.
No podemos olvidar la saga de conspiraciones contra el Libertador, que lo llevaron a lamentarse: “Aré en el mar y edifiqué en el viento”. Para después cambiar, infructuosamente, toda su gloria por la unidad del país: «Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro».
Posteriormente, la división fue tal, que Colombia padeció nueve guerras civiles que dejaron al país en llanto, miseria y, por supuesto, en la máxima polarización.
Después de la peor de ellas, la sangrienta Guerra de los Mil Días, Rafael Reyes intentó conciliar y unir al país. Pero el Congreso se le atravesó y no dejó avanzar sus proyectos por la modernización de Colombia, con el siniestro resultado de que Reyes terminó cerrando el Congreso, proclamándose dictador y acabando con toda posibilidad de unión.
Medio siglo más tarde, tras el horror de la Violencia partidista y los excesos de la dictadura, Alberto Lleras Camargo tuvo la lucidez de pensar en que sólo la unión podría salvarnos. Y así fue como logró lo impensable: pactar la unión con su archienemigo Laureano Gómez, detener el desangre y poner a trabajar hacia el mismo norte a las dos grandes fuerzas del país: el Liberalismo y el Conservatismo. Pero la suerte no favoreció el sino de Colombia y, justo contra esa unión, surgieron las guerrillas comunistas que se consagrarían a desplazar, robar, extorsionar, secuestrar y masacrar a millones de colombianos, hasta el día de hoy, y cuyo terrorismo fue causante del surgimiento de otro monstruo que fue el paramilitarismo. A causa de tener que enfocarse en defenderse de los horrores de estos grupos criminales, Colombia siguió sin poder centrarse en las verdaderas prioridades para el bienestar de sus habitantes.
El duro camino que hemos tenido que luchar los colombianos para recuperar la institucionalidad y acabar con las organizaciones terroristas de izquierda y de derecha ha frustrado a demócratas de una y otra orilla por los niveles de impunidad, de falta de verdad, de reparación a las víctimas y, por supuesto, por la incertidumbre que compartimos todos de que esas negociaciones, como han evolucionado hoy en día, no garantizan la no repetición.
Hoy, con un gobierno de unidad, de talante liberal, pluralista y del cual podrán, si quieren, hacer parte todos los sectores, se podrían cristalizar propuestas esenciales para fortalecer a nuestra clase media y llevarla al estado de bienestar que por el que propende nuestra constitución (redactada, precisamente, con el aporte de todas las orillas ideológicas).
Sectores como el académico, el social, el privado y el público siempre deben trabajar con metas comunes, alcanzadas a través de ejercicios de participación legítima. Esa, precisamente, ha sido la esencia del éxito de la transformación de Medellín y de Antioquia, en los dos últimos decenios: la responsabilidad compartida por todos los sectores y la unidad en esa responsabilidad (a través, por ejemplo, del Plan Estratégico de Antioquia).
Espero que todos los sectores, sin excepción, contribuyan a aterrizar los objetivos plasmados en el nuevo plan de Colombia, porque el progreso del país es el progreso de todos. Aquí vale recordar la máxima japonesa,del famoso escritor Ryunosuke Satoro : “Individualmente, somos una gota. Juntos, somos un océano”.