Un debate que ha venido en auge luego de las elecciones de los últimos años en occidente (principalmente) ha sido en lo que varios analistas concuerdan, como el renacimiento del populismo.
Una característica, aunque no busco hacer una generalización, de lo que encuentro en muchos de mis amigos venezolanos que están llegando a Colombia escapando de la terrible situación de su país, ha sido: primero, una lógica oposición al régimen de Maduro, que muchas veces incluye una poderosa crítica a la oposición a ese régimen, y un rechazo inflexible a cualquier mención en cualquier país, de “izquierda”, “socialismo”, y por supuesto “comunismo”.
El debate electoral se ha centrado como lo explique en mi columna anterior, no solo en Colombia, sino en casi todos los países del continente en tachar a los líderes de izquierda como propiciadores y multiplicadores del modelo de Venezuela en sus países, por el simple hecho de poseer programas con enfoque social, redistributivo, de lucha contra la desigualdad, etc.
Pero ¿Qué es lo que realmente comparte el régimen de Venezuela con estos países?, generalizo aún más la pregunta, pues creo que comparar superficialmente al chavismo o madurismo con López Obrador, Petro, Gillier, o el Kichnerismo es un completo despropósito cuando se basa exclusivamente en si son o no socialistas, o si son o no de izquierda.
Cada país posee un sistema político y un escenario económico y social, que dista del venezolano en los 90s, cuando la verdadera característica que debería preocupar a los defensores de las instituciones democráticas no es una cualidad puramente ideológica, sino lo que llamamos populismo.
El populismo no es una ideología, el sociólogo Helio Jaguaribe lo describía: “Lo que es típico del populismo es por lo tanto el carácter directo de la relación entre las masas y el líder, la ausencia de medicación de los niveles intermediarios, y también el hecho de que descansa en la espera de una realización rápida de los objetivos prometidos”
A lo que él llama relación masas y líder, es en general esa conexión carismática que tienen líderes con las masas, y que representan un apoyo natural por lo que representa esa persona, y no está mediado por partidos políticos (aún si existiera un partido de ese líder), o grupos sociales que unen sus ideas al candidato, sino por esa movilización masiva, sea por miedo al contrario o sólo apego al líder.
Debido a que no es una ideología, el populismo puede ser de izquierda o derecha, y ha sido el encuentro de los reclamos sociales que ya no se sienten identificados con los líderes de los partidos tradicionales, y hacen que nazca este tipo de populistas. Finalmente, terminan en muchas ocasiones arrasando con las instituciones o minimizándolas, adaptando el sistema para mantenerse en el poder y hacerlo depender de su figura (no necesariamente de su partido o equipo), y creando o nombrando ese proyecto como anti-sistema para luego aliarse al existente o creando una nueva élite política.
El debate electoral entre Trump y Hillary, entre Le Pen y Macron en Francia, la imagen de Uribe y Petro en Colombia, caben no tanto en la de izquierdistas que buscan el poder, sino entre populistas de izquierda y de derecha, enfrentados a liberales o moderados de centro.
Me tomaría toda una columna explicar cómo el populismo como forma de llegar y mantenerse en el poder, no es propiamente una cualidad de líderes que se autodenominan socialistas (porque también cabe mirar que tan socialistas son), sino por el contrario en un rasgo de líderes que han aprovechado la sed de renovación en sus países para posicionar discursos con características que me atrevería a decir no se veían en forma desde mediados del siglo XX.
Quizás el debate mundial actual entre aquellos que buscan gobernar no es ya un enfrentamiento izquierda – centro – derecha, es más bien, la redefinición de la forma como se conectan los nuevos líderes a la ciudadanía, y que de no ponerse al día aquellos que buscan hacer política a través de las instituciones, seguirán siendo aprovechados por los proyectos populistas.