El senador Álvaro Uribe Vélez tiene toda la atención nacional. No podemos culpar a los medios que saben que los aprietos del expresidente generan mucha más audiencia, y lamentablemente mucha más preocupación en muchos colombianos que la muerte de líderes sociales, o la noticia de que el caso del exterminio de la UP llegué a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
¿Qué otra cosa podemos pedir? En el país de las mareas del personalismo de un caudillo como Uribe, será siempre difícil equiparar la atención que recibe de los múltiples desafíos que tenemos, una lógica de la dinámica de la comunicación política.
Y detrás de todo esta polvareda, después de ganar la presidencia con más de 10 millones de votos, está el presidente electo Iván Duque, quien llegó apadrinado de Uribe, y a consecuencia de una tormenta perfecta, pero ahora, y sin más remedio, tiene el primer gran problema entre manos, si el principal mentor del nuevo presidente cae, ¿Hasta dónde llegará su lealtad?
En Bluradio le preguntaron exactamente eso a Duque ¿Qué haría? Su respuesta como su comunicado es formal, un equilibrio entre la idea de que mantiene su lealtad, pero también de que, o no sabe aún que hacer en ese caso, o lo sabe pero el país no está preparado para la respuesta, al menos se limitó a decir: “No voy a responder una pregunta que tenga como hipótesis la conducta criminal de una persona que considero, a todas luces, honorable, decente y que le ha servido bien a Colombia”, y además remató advirtiendo: “Las decisiones de las cortes no son objetables por el presidente de la República”
El presidente Duque que intenta mantener el protagonismo de un gobierno entrante acusado de se manejado tras banbalinas, y con ministros en su mayoría más técnicos y poco conocidos, ahora tiene a Uribe como una sombra inmensa.
Duque tiene demasiado en juego, primero, en su promesa de unir al páis, pues defender o rechazar a Uribe lo pone en un dilema de clara polarización de la opinión, segundo, en su capacidad de unir al congreso, pues sin Uribe en él, la bancada del Centro Democrático tendrá que buscar nuevo líder (a menos que Uribe ya tenga un ungido), y luego demostrar que puede mantener esas mayorías sin Uribe, y tercero, inicia un juego peligroso, de usar o no su poder en las demás ramas, donde cualquier movimiento puede ser leído como traición o como búsqueda de impunidad.
El uribismo entra en el delirio cuando se llega a su líder, ¿Será que Santos conspiró con la inteligencia británica?, ¿Todo esto es para ver como detienen la extradicción de Santrich?, ¿Es un montaje de la oposición (que nunca ha gobernado) influyendo en la Corte Suprema?. Cada pregunta es como un chiste que se cuenta solo.
Y el presidente electo, que se ha movido desde las elecciones buscando una transición cordial con Santos, un lenguaje que una al país, y un Congreso con mayorías, tiene toda la presión encima.
No proteger a Uribe podría costarle la unidad de su partido, mientras protegerlo, podría quizás no hundirlo al estilo de Dilma Rousseff en Brasil atada a la roca gigante de Lula Da Silva, pero quizás sí al prestigio que buscaba ganar como el jóven que quería voltear la página de la historia y no quedarse en los debates de los clásicos rivales de nuestra clase política.
Finalmente, les doy una pista, Iván Duque en su comunicado oficial hizo tres cosas llamativas: 1. Se refirió a Uribe como “ex presidente”, 2. Lo defendió como persona “recta, patriótica e incuestionable”, pero no dijo que era un perseguido, y 3. Dijo que es “respetuoso de la Constitución y las instituciones”.
Aunque un enigma hoy, el nuevo gobierno no se quiere quemar en la puerta del horno, pero por más positivos que seamos recuerden: en juego largo hay desquite, y el caso del senador Uribe a penas está comenzando (a propósito, tan largo podría ser que no olviden que en dos años se elige nuevo Fiscal ternado por Duque).