El proceso de paz del otrora presidente Santos con las Farc solo ha traído disgusto y desprecio por parte de los colombianos. La impunidad y la elegibilidad política para los jefes del grupo terrorista han sido tomadas de manera negativa en diversos sectores del Estado colombiano. Hay quienes se atreven a mencionar que, contar con responsables de crímenes atroces en el Capitolio Nacional traerá consecuencias funestas para la democracia, pues resulta difícil soportar a una caterva de bandidos echando discursos sobre lo correcto, sobre la ética y la moral. El cinismo es proverbial dado que todos identificamos en los congresistas de Farc a unos asesinos de alta peligrosidad. ¿Cómo creerles aunque sea un ápice de honestidad en sus peroratas?
Como si fuera poco, nos hemos enterado de que algunos integrantes del Congreso sienten temor de discrepar o debatir vehementemente con esos sujetos, puesto que hay parlamentarios que prefieren ignorarlos por temor a sufrir las represalias de ser intimidados o amenazados. No debe ser fácil compartir asiento con quienes violaron, torturaron, secuestraron, asesinaron, y acribillaron durante más de 30 años a la población colombiana. En síntesis, ello es como obligar a una mujer ultrajada a compartir espacio laboral con su violador: la coacción psicológica debe ser terrible.
Por otra parte, frente a los otrora integrantes de Farc se ha sabido que algunos exguerrilleros de medio pelo cumplen con su desmovilización en las zonas veredales, no obstante, crecen cada día más las llamadas ‘disidencias’. El caos en materia de seguridad es abrupto, ya que las autoridades se encuentran debilitadas por consecuencia del Gobierno anterior. Además, la desinstitucionalización impera en las fuerzas militares: han perdido confianza, carácter y determinación para ejercer sus funciones, lo cual esperamos sea resuelto con la gestión del nuevo gobierno.
Entretanto, el grupo terrorista Farc- ese mismo que llaman disidencias- continúa financiándose a través del narcotráfico con el apoyo de aliados mexicanos y las bacrim. Los jefes con asiento en el Congreso disfrutando de las mieles del poder, no entregan rutas del narcotráfico, no devuelven su dinero mafioso, no entregan rutas ni socios, tampoco reparan a sus víctimas y aún mantienen raptados a la infinidad de niños que secuestraron como carne de cañón.
Para nuestro infortunio, estos son los efectos del proceso con las Farc: unos criminales impunes disfrutando de lo que no merecen, unas disidencias que continúan con el legado criminal de los jefes incrustados en el Congreso, un país inundado en cocaína, una población atemorizada, y una ciudadanía entera indignada por el incumplimiento de ese grupo criminal.
Hasta tanto en Colombia, el mensaje subliminal ‘ser pillo paga’ ha imperado. Afortunadamente, conservamos la esperanza de que ello cambiará, pues todavía confiamos en el mensaje de que, el que la hace la paga. Así debe ser y así será. No podemos permitir la inversión negativa de valores: a los bandidos se les trata como tal.