En Atenas, Platón funda una escuela dedicada a conocer, enriquecer y amar la sabiduría, de allí su bello nombre: Academia, por estar situada en unos jardines en los que se le rendía culto al héroe ateniense Academos. Un espacio en el que se promovió la conversación plural como recurso para construir verdades a partir de la dialéctica (técnica para descubrir la verdad mediante la confrontación de argumentos contrarios) como desarrollo del diálogo y no como método. La verdad en condiciones de la más amplia libertad y respeto entre los que intervenían.
El diálogo era y es el escenario de creación de la sabiduría en el que puede construirse la verdad –o las verdades– que la sociedad requiere para el crecimiento científico, espiritual, ético y material del hombre. Una academia es una escuela fundada en la necesidad de contribuir a la formación de hombres libres y responsables. Ilustres pensadores hicieron parte de la Academia de Platón. El más destacado: Aristóteles, padre de la filosofía práctica.
Aristóteles siguió el modelo de Platón. Luego de la muerte de su maestro, construyó su Academia a la que llamó Liceo. Toda la gran filosofía griega se perfeccionó en estos dos centros académicos. Sócrates, Platón y Aristóteles hicieron del diálogo una escuela de formación.
Durante el Renacimiento, en Florencia, se creó la Academia Florentina, promovida y sostenida por los exponentes más representativos de los Médicis, Marsilio de Ficino y Pico della Mirandola.
La Escuela de Salamanca, durante el Siglo de Oro español con sus pensadores, Francisco Suárez, Francisco de Vitoria, e incluso Bartolomé de las Casas, contribuyó al tránsito a la modernidad como un eslabón necesario. Se afirma que, ni Juan Jacobo Rousseau ni Immanuel Kant, podían haber alcanzado la dimensión filosófica que lograron sin la influencia de esta escuela. El contractualismo moderno allí encontró sus bases.
Toda sociedad necesita academias. En derechos humanos se requiere no una, sino muchas que formen en derechos humanos a todo nivel de educación. La paz de un país se construye cuando una formación, en ese sentido, penetra en el alma, en el sentir de su gente. Académicos curtidos en esta temática le hacen tanta falta a la sociedad colombiana.
En las mismas facultades de Ciencias Jurídicas, la formación en derechos humanos es baja, los programas están orientados en otras direcciones. Hay necesidad de rectificar. Una institución que ha logrado construir un programa de formación en derechos humanos es la Defensoría del Pueblo, mediante la contratación de coordinadores académicos.
He sido testigo de sus fortalezas y de sus conocidas sesiones denominadas barras académicas, en las que se delibera acerca de la importancia de la defensa de los derechos humanos para construir paz. Los coordinadores académicos son un pilar fundamental para la defensa de esos derechos y la promoción por una cultura por la paz. Son un modelo en la pedagogía.
La Defensoría del Pueblo muestra un modelo digno de ser replicado por otras instituciones. Está en mora de invitar a otras instituciones públicas y privadas a que lo adopten. Asimismo, tiene la necesidad de fortalecer este programa para la construcción de una cultura en derechos humanos. Es que sin esta formación no se construirá la paz. Se necesita, de manera determinante, de este tipo de académicos respaldados por el Estado.