Hay de todo en el Hay. En el festival de literatura también se presentan los autores de libros de ciencia, historia, política, economía, o ecología. Uno de los conversatorios más impactantes fue el que sostuvieron Patricia Lara y el sacerdote jesuita Francisco de Roux sobre el conflicto colombiano. Aunque los dos han escrito libros sobre los orígenes y el desarrollo del conflicto, lo que hubo no fue una discusión académica sino un compartir los relatos de las víctimas y lo que está haciendo la Comisión de la Verdad, que preside el padre Francisco para escucharlos y tratar de evitar que se repitan.
Muchas de las historias de las víctimas son desgarradoras. Mujeres violadas, soldados mutilados, familias destrozadas por el secuestro, madres que vieron masacrar a sus hijos o que no los vieron morir porque los desaparecieron y fueron un falso positivo. Son las heridas abiertas de una guerra demasiado larga y que deben ser reparadas para que aprendamos a vivir en paz.
Dos conclusiones preocupantes quedan después de oírlos. La primera es la magnitud del conflicto manifestada en la cantidad de víctimas, y la insensibilidad de la sociedad frente a esta tragedia. Más de 8 millones de víctimas registradas; más de 400.000 muertos; más 60.000 desaparecidos hacen del conflicto interno colombiano uno de los más sangrientos en relación al tamaño de su población. El mandato de la Comisión incluye tratar de entender el impacto de esta tragedia no solo sobre víctimas y victimarios, sino sobre todo el país, la política y las instituciones, para lograr un relato comprensivo de los hechos que explican medio siglo de guerra interna.
Contrasta el dolor de esos 8 millones de colombianos con la insensibilidad de gran parte de la sociedad, sobre todo la urbana, que no siente que el problema sea con ellos. Por eso insiste el padre Francisco en que una de las tareas fundamentales de la Comisión es escuchar esas historias y hacerlas visibles para que todos comprendamos que el asesinato de una sola persona es una herida para todo el país. En contra del “Elogio al olvido” que propone David Rieff en el libro del mismo título, la Comisión reivindica la importancia de rescatar para la memoria lo sucedido para que no se repita.
La segunda es constatar que el conflicto, si bien ha disminuido, no ha terminado porque sus causas y raíces siguen vivas y coleando en las mismas regiones que los han padecido por décadas. El narcotráfico y las luchas por la tierra –que ahora también son luchas por el agua- siguen presentes como combustible que aviva un incendio que creíamos que se estaba controlando. El terrorismo del ELN y la ruptura de las negociaciones con esa guerilla van a empeorar la situación.
Tal vez lo más complicado de la tarea de la Comisión es que, a diferencia de lo que han hecho comisiones similares en otros países, acá no pueden dedicarse solo a reconstruir la historia para tratar de entenderla y sanar las heridas del pasado, sino que se siguen produciendo nuevas heridas; el asesinato de cientos de líderes sociales es la evidencia más palpable de que la pesadilla continúa. Un testigo que relata una masacre de ayer puede ser mañana una nueva victima. ¿Qué tenemos que hacer todos para la Comisión no tenga que seguir recogiendo las memorias del futuro?