Reveló el Dane que la tasa de informalidad laboral del 2018 en Colombia se posicionó en un nefando 48.2%. Según la entidad, en ciudades como Santa Marta, Cúcuta y Sincelejo existe una proporción mayoritaria de actividad informal, pero en ciudades como Medellín, Bogotá y Manizales aquella se ha registrado minoritariamente. De la misma manera, manifestó la entidad que el desempleo juvenil se ubicó en un desastroso 16.6%. He ahí el problema. Además, expresó que los ámbitos de ocupación en empleo para los jóvenes radican en actividades de comercio, hoteles, restaurantes, agricultura, ganadería, caza, silvicultura, pesca, servicios sociales, comunales y personales. Contrario sensu, expuso que las actividades empresariales, inmobiliarias y de alquiler contribuyeron negativamente en la generación de empleo. ¡Qué horror!
Presenciamos una preocupante situación porque la empresa privada no ha logrado satisfacer la demanda laboral que surge dentro de la ciudadanía. El tiempo transcurre y, con este, son los jóvenes profesionales, técnicos y tecnólogos quienes padecen la desgracia de someterse a oficios diferentes que, para nada están relacionados con su conocimiento. Y esto se presenta, específicamente, por la carencia de oportunidades. ¡No le busque más!
Estamos formando a desempleados muy calificados y por ello recaen en la huestes de la informalidad. Y ello es, sencillamente, nocivo para un Estado Social, dado que los nuevos profesionales se preparan de manera juiciosa, para aspirar a buenas condiciones laborales que les brinden estabilidad y bienestar, pero, infortunadamente ni con un posgrado o maestría, pueden gozar de esa mínima garantía social.
Nadie se esfuerza estudiando carreras de alta complejidad para irse a administrar un local de empanadas, ni para repartir en cadenas alimenticias carne y pescado al vacío, mucho menos, para terminar de guía turístico en algún hotel de la ciudad. Los ciudadanos y jóvenes en general requieren oportunidades serias de empleo donde puedan crecer profesionalmente, ejerciendo por pura vocación la profesión que han elegido. No tienen, entonces, porqué terminar en otras actividades. ¡No faltaba más!
Y es que Colombia es un país con un magnífico capital humano para explotar y uno de ellos es el emprendimiento, pues bien sabemos que colombiano que se respete siempre cuenta con la creatividad necesaria para darle apertura a alguna actividad empresarial. Ello está probado, pero requieren de una mayor gestión asistencial por parte del Estado. Es decir: más apoyo económico para darle apertura a la actividad industrial.
Tenemos claro que, el emprendimiento permite darle un impulso positivo a cualquier actividad económica, encaminada a generar empleo de calidad. Pero, para que ello ocurra es de vital importancia incentivar la inversión privada y la autonomía de la voluntad.
¿Y esto cómo lo logramos? Únicamente a través de dos vías: la primera, disminuyendo la tasa impositiva a los empresarios colombianos, para que puedan ofrecer mejores condiciones laborales y salariales a todos los profesionales. La segunda, generando vías de acceso crediticias con una tasa de interés mínima a todos aquellos emprendedores que presentan una idea viable de negocio, pero que carecen de capital para iniciar. Si nuestros dirigentes procedieran en consecuencia, sin duda alguna, obtendríamos un pleno bienestar social. Empero, nunca lo han hecho, porque pareciera no interesarles mutar esta triste realidad.
Si hacemos lo propio golpeamos con dureza la despreciable informalidad. Estamos más que seguros de ello. ¡Debemos proceder con prontitud; el país lo necesita!