Reformar el sistema electoral
Es incuestionable que una radical reforma al sistema electoral toca las puertas de nuestra institucionalidad. La realidad política nacional la exige. No se trata ni puede tratarse de la consabida y desgastada fórmula de cambiar para que las cosas sigan iguales, se trata de fortalecer la democracia pluralista e incluyente que debemos disfrutar.
La ciudadanía está inconforme con el acceso al poder de los partidos y movimientos políticos y de la baja posibilidad de la participación directa de la gente en los asuntos públicos. El olfato de los científicos políticos advierte que se puede estar en presencia de una gran rebelión del electorado que podría conducir al populismo y al fortalecimiento de la personalización de la política.
El malestar de la ciudadanía es significativo, se expresa en las encuestas y en las calles. El escepticismo, ante los partidos políticos y los políticos, es evidente, no lo niega nadie y, por otra parte, la corrupción genera rechazo ciudadano, como debe ser y se hace, pero no es suficiente con castigar los delitos que se cometen y se siguen cometiendo. Revisemos el sistema electoral.
La falibilidad humana no podemos ignorarla. Todo sistema y modelo puede errar, por eso, el sistema electoral y el modelo de Estado pueden fallar. Es por el reconocimiento de la falibilidad humana que las ciencias -las denominadas duras y débiles- siempre avanzan por el camino del ensayo y el error, así lo advierte, Karl Popper, en Conjeturas y refutaciones.
En los modelos y sistemas políticos se avanza por el camino del ensayo y el error. Descubierto el error, hay que consensuar alternativas para superarlo.
Umberto Eco dice en su obra De la estupidez a la locura: “La cultura es asimismo la capacidad de desprenderse de lo que no es útil o necesario (…) Esto es lo que hace una cultura, y el conjunto de sus paradigmas es el resultado de la enciclopedia compartida, hecha no solo de lo que se ha conservado, sino también, por así decirlo, del tabú de lo que se ha eliminado. Luego se discute sobre la base de la enciclopedia común, pero para que la discusión sea comprensible para todos, hay que partir de los paradigmas existentes …”.
Y no se puede pasar por alto que son muchos los paradigmas que tienen que discutirse: el primero, el modelo de Estado centralista y la privación del derecho a la autonomía de las regiones para gobernarse, esto, a la luz de la libertad política y el derecho humano que tiene la ciudadanía a esto; el régimen presidencialista cuasi monárquico es otro paradigma que debemos someter a revisión; la circunscripción nacional y sus efectos excluyentes se suman a la lista.
Igualmente, la existencia de solo un Parlamento Nacional (y no en las regiones), hecho que le priva a los ciudadanos de los territorios su derecho humano a la representación política. No menos importante, el poder electoral subordinado a los partidos y abrir el debate sobre si es admisible que la entidad pública que guarda el estado civil de las personas sea, simultáneamente, órgano electoral. Otro paradigma: la composición y dependencia del Consejo Nacional Electoral a los partidos políticos mayoritarios.
Si se justifica o no el bicameralismo y para qué, hay que debatir acerca de la soberanía y la rigidez constitucional y la necesidad de someter a referendo toda reforma a la Carta Política.
Umberto Eco, sugiere, en la obra citada, una discusión radical a la reforma del sistema electoral. Reitero, radical indica ir a la esencia de nuestro modelo, en su conjunto, a la raíz de todo.