Desde cuando tengo uso de razón, del departamento del Chocó, siempre lo asociamos con las minas de oro, pero también con la miseria, lo cual parecería una antítesis.
En los últimos años las noticias solo mencionan al departamento del Chocó para hablar de la violencia, la hambruna, la desnutrición, la prostitución, las drogas, la falta de calidad de vida y de futuro de sus habitantes, la guerra que tienen los distintos grupos armados por obtener el control de la región, la falta de servicios públicos, de educación, de centros médicos y hospitales; y de la vulnerabilidad que afecta a este departamento, de cara al posconflicto, o posacuerdo como lo llaman algunos.
Es decir, llevamos décadas hablando de las innumerables problemáticas que enfrentan este departamento y sus habitantes, pero no hay avances en solución; solo han existido pañitos de agua caliente como se dice en el argot popular, pero no hay una política de estado a corto, mediano y largo plazo, que conduzca a sacar de la miseria a esta región y a la costa pacífica en general.
Para nadie es un secreto que las regiones del Catatumbo y de la Costa Pacífica son las que más han sentido el flagelo del conflicto, a través de las memorias que se han tenido del mismo.
Estos territorios tuvieron la esperanza de una mejor vida después de la firma de los acuerdos de paz con las FARC, pero ahora esta se ha desvanecido, debido a la falta de presencia del estado y a la lucha que se vive por el control de la minería ilegal y de esta zona en general por parte de algunos narcotraficantes, y de grupos ilegales.
Recordemos lo dicho en El Tiempo en 2016 por el gobernador de la época, Jhoany Palacios: “la situación del Chocó no se arregla en cuatro años (…) debido a que su problemática se debe a 50 años de olvido del estado”.
Es lamentable que este territorio y el de la Guajira, sean los dos departamentos más pobres del país, y que poco a poco se vaya engrosando su lista, pues el del Cauca comienza a vislumbrarse como otro territorio que se ha venido empobreciendo a causa del conflicto y de la falta de soluciones reales a su problemática.
Pero, como si fuera poco, la miopía del estado es tal que pretende borrar con un lápiz, y de tajo, los beneficios que trajo la firma de los acuerdos de paz para estas regiones que finalmente pudieron por un instante respirar tranquilamente.
Lo que uno no termina por comprender es cómo, para el estado, es más importante la situación política del hermano país de larepública de Venezuela. Por pensar en ella, no podemos olvidarnos de estas minorías afro-colombianas que requieren desde hace años la presencia real y efectiva del estado, y de un gobierno que en realidad los tome en cuenta como los ciudadanos con derechos que realmente son.
Si no ponemos atención a esta situación social de injusticia y de inequidad en la que viven muchos colombianos en estos departamentos, corremos el riesgo de que terminemos viviendo lo que están viviendo hoy Venezuela y su pueblo.
Es hora de equilibrar el país, y traer el desarrollo a cada rincón de nuestro territorio, en especial a las regiones más pobres y de frontera, si no queremos que surja en Colombia un Maduro o un Chávez que nos conduzca al caos.
¿O será que la miopía de los políticos es tal, que el poder los enceguece, y creen que tener ignorante a un pueblo, le traerá beneficios por siempre?
De llegarse a esta fatídica situación, solo la clase política tendría la culpa de ello, porque la gente no puede seguir resistiendo el olvido, la miseria, la falta de salubridad, y de futuro. No podemos seguirle robando los sueños y las aspiraciones a los niños, y negarles a los colombianos de estas zonas el tener una mejor calidad de vida, y de disfrutar las mieles que el país nos ofrece.