Colombia ha vivido una semana agitada luego de la polémica decisión de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), de negar la extradición del exguerrillero Jesús Santrich, seguida de la renuncia del Fiscal General, Néstor Humberto Martínez y (aunque sin ser consecuencia de ello) de la ministra de Justicia, Gloria María Borrero, hechos que generaron un fuerte revuelo en una clase política que tiene evidentes problemas para generar consensos.
Lijphart distinguía entre las democracias de modelo mayoritario a las del modelo de consensos y sentenciaba: “El modelo mayoritario concentra el poder político en manos de una mayoría escasa, mientras que el modelo consensual intenta dividir, dispersar y limitar el poder de distintas formas”. Aunque Colombia no tiene un modelo de consensos con todas las características descritas por los trabajos de Lijphart, si es uno que propende por ellos y no por la imposición llana de las mayorias, esto quiere decir que existen limitantes en nuestro sistema a las imposiciones absolutas de esas mayorias, para orientarlas a un modelo que necesita de acuerdos.
Es por lo anterior que no podemos ignorar que el gran problema hoy es precisamente la falta de consensos.
En razón de la verdad no se puede pedir a un gobierno elegido con una agenda reformista al marco legal de los Acuerdo de paz, que no lo intente, pero tampoco podemos patear la mesa y al encontrar bloqueos a ello invocar una constituyente, que debe nacer por consenso de las fuerzas políticas y no de la imposibilidad de cambiar lo que no se obtuvo en el juego de las instituciones.
Lo que ocurre es que se está sometiendo a todas las instituciones de este juego democrático a una inmensa tensión, se pierden días debatiendo las reglas para sanjar los radicalismos, y nadie parece satisfecho con las victorias limitadas que obtiene cada bando, cuando estamos en un país que ha demostrado en cada crisis de institucionalidad, que es capaz de salir a flote con la generosidad de los actores que toman las decisiones en ellas.
Desprestigiar a las instituciones se convirtió en un deporte, atacamos a todas las instituciones que no dirimen las controversias o toman decisiones al gusto de cada bando, se crean vallas publicitarias para invitar a las personas a tomar “un lado”, y se concentran las energías en acusar a los demás de tener un “plan macabro” contra el país.
Los sacrificados de esta falta de consensos mínimos son los propios colombianos, el mensaje chocante que se envia al exterior, y una inestabilidad que termina por afectar a los empresarios, y a las minorías del interior del país que requieren atención a gritos, mientras se sigue debatiendo en Bogotá para colocar inamovibles en cada paso.
A todos se les pide ser “amigo o enemigo”, “derecha o izquierda”, “a favor o en contra de”, y los que se niegan son “tibios”, indecisos, o débiles, cuando la generosidad de una negociación política está en aceptar que a pesar de la firme convicción de que mi posición es la correcta, tendré que ceder, una palabra que poco gusta a los que consideran que todos les han incumplido.
El Procurador General dio ejemplo, al apelar la decisión de la negativa de extradicción de Santrich, el presidente hizo lo propio al respaldarla (en lugar de declarar un Estado de conmoción interior para extraditarlo por vía administrativa), y la Fiscalía al pedir la recaptura del exguerrillero para probar lo que manifiestan es “incontrovertible”, aunque no estuvo a la altura Néstor Humberto Martínez renunciando e intentando disuadir a todos de que se trataba de un tema de principios.
Bien harían aquellos que han hecho sonar las trompetas del apocalipsis, producto de estas decisiones en todos los extremos, en declinar las armas de los discursos alarmistas y concentrarse en buscar consensos con sus contradictores, y peor aún, llevarse al país por delante intentando dividirlo y presionarlo a tomar una postura radical de un tema que puede tener evidentes soluciones medias, incluyendo a todos los posibles en ese nuevo consenso.
Lo que pasa en redes sociales y los discursos políticos en los últimos días, puede ser descrito a la perfección por William Ewart Gladstone cuando afirmó que: “Los hombres tienden a confundir la fortaleza de sus sentimientos con la de sus argumentos”. Bien harían todos en sentarse a pensar en su propia posición por el bien del país, y no solo de un grupo de electores.