Esta semana fue interesante observar las críticas que se hicieron a Claudia Gurisatti, y no fue por sus polémicas y constantes declaraciones haciendo llamados contra las instituciones, o por comparar el actuar de nuestra justicia con la barbarie de las FARC, casi insinuando que deberíamos hacer lo mismo con los exguerrilleros, no, fue por una publicación en traje de baño en una playa.
Eso me recuerda los constantes memes y críticas contra la senadora Paloma Valencia, por su ropa o “falta de cuidado” en su cabello, o gesticulación al defender al expresidente Álvaro Uribe; también me recordó las críticas contra la también polémica senadora María Fernanda Cabal, una oleada de burlas de periodistas a su “copete”, o sus también fotos en traje de baño.
Y finalmente, las críticas a la candidata a la alcaldía de Bogotá, Claudia López, el hecho de no usar falta, casi siempre estar en camisa blanca y usar una pañoleta corta en su cuello.
Como notarán, yo no soy un crítico de moda, estilo, o algo parecido, pero si algo genera una duda natural en todas estas formas de abordar a las mujeres en la vida pública, es la pregunta: ¿Aplican todos estos parámetros para juzgar a los hombres?. Al parecer estamos frente a una nueva forma de machismo en la política, una que va más allá de un número de curules.
Fuera del calzado de expresidente Uribe, ¿Alguien criticó al político en la costa que llegó con su camisa sudorosa, y salida del pantalón, a dar discurso en pleno acto de campaña?, por qué en los hombres que parecen tener un mínimo de cuidado en su apariencia los describimos como: ¿Trabajadores, luchadores, o líderes fuertes?, mientras a las mujeres en el más mínimo descuido o exhibición de su cuerpo en la política, las describimos como: ¿Locas, descuidadas, o “dejadas”?
Dicha lógica, además trata no solo la estética, también la idea de que a los políticos los debemos evaluar también por sus ideas, sus resultados, y sus opiniones.
Recuerdo un artículo que leí de la escritora Vanessa Rosales, especializada en Historia y Teoría de la Moda y el estilo (todo esto para decir que ella sí es experta en esto), donde describiendo a Claudia López decía:
“La tendencia a escrudiñar a las mujeres por lo que se ponen es espejo de las estructuras sexistas que nos envuelven. La ausencia histórica de las mujeres en el poder explica que, una vez allí, éstas se masculinicen con frecuencia en la vestimenta. El poder es de por sí un terreno peculiar cuando se trata de la forma en que se visten las mujeres dentro de él. Se conjuga la necesidad por evocar seriedad, rendirse a los protocolos de la acción pública y negociar una apariencia que permita habitar un mundo que por siglos ha sido de los hombres exclusivamente.”
Quizá, no solo deberíamos pedir apreciar las opiniones, posturas, y propuestas de las mujeres en la clase política, antes que su apariencia, quizá, es momento de exigir esta misma medida estética a los hombres.
Precisamente nuestra apreciación sobre el poder, y sobre quién posee el poder, pasa indudablemente por una apreciación estética, la admiración por la foto enlodada de los zapatos ferragamo de Petro, o la venta del sombrero agudeño de Uribe como “pan caliente”, no se compadece con las críticas a las mujeres (de cualquier orilla política) y los ornamentos que usan.
Es una sincera opinión, afirmar que llegó la hora de reclamar el mismo cuidado y esmero en la vestimenta de todos ellos, o caso contrario, olvidarnos de esa estética para describir, apreciar o despreciar a las o los poderosos (algo que veo muy difícil en una sociedad de consumo y estéticas).
Y por supuesto, creo que dicho proceso comienza en nosotros los hombres, en la constante inclinación que tenemos sobre los líderes de nuestro género, la forma como “rajamos” de la apariencia de los demás, y como exigimos a las mujeres una excesiva elaboración y cuidado de su apariencia en todos los círculos. Un cambio que no es ni tan pequeño, ni tan sencillo como parece.