Quienes escriben lo hacen con la esperanza de ser leídos, yo también la tengo. Pero a esto, también súmenle mi necesidad de desahogo. Este ejercicio de escritura me ha servido para intentar hacer lo que la filosofía kantiana propone como el “uso público de la razón”. Dos cosas me duelen mientras intento escribir estas letras, dejaré lo más personal para el final.
Se ha hecho viral un video de un niño llorando a su madre, que yace tirada en una calle húmeda, ya inerme víctima de las balas asesinas. Es simplemente una muerta más, en un país donde todos los días los muertos en hechos violentos son en pila, esto se hace común y ante lo común todos parecemos indolentes.
Para la suma de las estadísticas, una tal María del Pilar Hurtado. Súmenla a la lista de la chusma liberal, a la de la Unión Patriótica, a la de los líderes sociales y defensores de derechos humanos, a los que asesinan también por ser luchadores por la vivienda popular, a los que entregan su vida a la lucha por la tierra, en fin… parece que en Colombia todo el que lucha por algún interés colectivo termina muerto. Ahora solo hay un proceso de mayor acceso a la información, pero la escena del niño es el repetitivo lamento de quienes pierden un familiar a manos de quienes ven quebrantados sus intereses por la voz que se levanta para crear una conciencia colectiva.
Pero si de reconocer responsables se trata, es la sociedad colombiana en su conjunto, la mayor responsable de todo el proceso de exterminio al que han sido sometidos todos quienes piensan diferente al poder de siempre. Es una sociedad pacata, pero también cómplice. Aquí los curas convocan marchas contra el aborto, Uribe convoca marcha en contra de todo lo que le resulte contrario a él, pero nadie marcha, nadie levanta la voz en defensa de quienes merecen un clamor total, un respaldo absoluto. A mí me duele esta Colombia, la misma que todos los días está de luto, la que ve caer a sus hijos por el egoísmo de la mayoría y la incapacidad del gobierno de siempre.
En lo personal, hoy se ha ido un buen hombre, el más solidario de los amigos, quien me recibió en la Universidad del Norte, cuando me fui a ser profesor en el Departamento de Español. Juan Aguirre Santiago, era la mejor definición para la nobleza, la humildad, la solidaridad, sin ser fervoroso cristiano, era en su relación con los demás un ejemplar de cómo debemos ser con el prójimo. A los que lo conocimos, nos duele inmensamente su partida.
Juan deja a una familia y unos amigos desconsolados, a todos nos quedó debiendo el café, el vino y este año lo extrañaré en mi celebración de cumpleaños, en caso que llegue ese día. Era un ser de luz, así que no me cabe la menor duda que ahora descansa y ya puede contemplar la promesa de la vida eterna. Yo por mi parte lo extrañaré, cada día lo haré, su llamada, su orientación, su cariño para corregirme, su luz como faro orientador. Hasta siempre querido Juan.