Colombia marcho y más de un centenar de ciudades en el mundo también hicieron lo propio en solidaridad y respaldo con las familias de los líderes y lideresas sociales asesinados en nuestro país en estos últimos años.
Es un claro ejemplo de que nuestra sociedad hace mucho rato se cansó del exterminio sistemático de los grupos armados ilegales y de fuerzas oscuras que están callando la voz de nuestra gente, sobre todo, en la otra Colombia, sí, esa donde con mayor rigor se vivió el conflicto, donde están las mayores riquezas y donde el Estado ha llegado muy poco, por no decir que nada en inversión social.
Es el inconformismo de las multitudes, que al unísono alzaron la voz para gritar no más asesinatos de líderes y lideresas sociales, ¡basta ya!, toda vida es sagrada, necesitamos preservarlas, necesitamos blindarlas del accionar criminal y la marcha del pasado 26 de julio, es un claro ejemplo de respaldo para frenar entre todos este baño de sangre que enluta a Colombia.
Durante muchos años la sociedad parecía adormecida, indiferente y distante de esta cruel realidad, pero ante este exterminio que es evidente todos los días, se ha logrado despertar para dejar esa indiferencia y para decirle a los violentos que no queremos un solo asesinato más.
Las cifras son alarmantes, según la Defensoría del Pueblo, desde el 2016 van más de 482 asesinatos de líderes sociales, más de 1351 han sido amenazados y 44 más han sido víctima de atentados.
Responsabilidades fundamentales, por supuesto, en el Estado, en el gobierno, que da tantas declaraciones y avances en estos temas, pero mientras da las declaraciones hay asesinatos a lo largo y ancho del país.
Los anuncios, los comités o las estrategias puede que tengan una labor como para justificar un asesinato que se presenta a diario en Colombia, o muchas veces más, pero el país está exigiendo resultados, que se frene esa ola de violencia, esa ola de sangre contra los líderes sociales.
La intolerancia política es uno de los factores que atiza el exterminio contra los líderes y lideresas, porque desde Bogotá con tanta polarización que tenemos prácticamente influenciamos a los campesinos, y a la gente de la provincia, de la Colombia profunda a que tenga la misma confrontación, en Bogotá se disparan palabras, en la Colombia profunda se disparan balas, balas que matan, que enlutan a centenares de familias y que deja acéfalos, en la mayoría de los casos a humildes hogares en las regiones colombianas.
Los líderes y lideresas sociales no son personas de estratos altos, tampoco son personas acaudaladas, que vivan con todas las comodidades, son personas dedicadas a garantizar un bienestar colectivo a sus comunidades, hombres y mujeres que luchan a diario para alzar la voz en contra de las multinacionales que los acorrala en sus propios territorios, ciudadanos que defienden el medio ambiente, el recurso hídrico, que velan para que no sean vulnerados sus derechos humanos, son ellos quienes se oponen a la minería ilegal, al despojo de sus tierras y muchos de ellos, campesinos que defienden los procesos de erradicación voluntaria de los cultivos ilícitos, todos estás circunstancias son razones suficientes para que los violentos, empuñen sus armas contra ellos.
Estos son los verdaderos factores que ponen en riesgo la vida de nuestra gente en la provincia colombiana y no problemas o líos de faldas como lo quiso justificar en algún momento el Ministro de Defensa, para ocultar la incapacidad del Estado colombiano en frenar un problema que se agrandó y que no han podido minimizar.
Se creó el Programa de Atención Oportuna –PAO-, sin resultados puntuales, un chaleco antibalas o un celular con minutos no son la solución para contener esta triste realidad, se requiere de acciones concretas, de toda la fuerza del Estado y el respaldo institucional de generar políticas públicas eficientes, que permitan erradicar el narcotráfico de las regiones, apoyando a los campesinos en la transición a economías legales, se necesita promover y sustituir los cultivos ilícitos por una economía rentable con proyectos productivos que tengan precios justos, a invertir en infraestructura, en lo social, a defenderlos del dominio de las multinacionales, a erradicar y a combatir frontalmente a las bandas criminales y organizaciones armadas ilegales que ante el abandono estatal encuentran en estas zonas un caldo de cultivo para sostener sus negocios ilegales.
Necesitamos que la sociedad colombiana no baje la guardia y acompañe siempre a estos (as) valientes hombres y mujeres que todos los días luchan por una Colombia en Paz, en equidad y libre.
¡Qué vivan los líderes (as) sociales!