Una mezcla de reacciones provocó el video de Iván Márquez, con Jesús Santrich y El Paisa, donde anunciaban lo que ellos consideran una nueva guerrilla (una nueva Marquetalia), el gobierno un nuevo grupo narcoterrorista, y los ciudadanos, un golpe a la esperanza de paz.
Y aunque muchos hablan de un regreso a la guerra, y han extendido una larga lista de posibles culpables, es importante dimensionar lo que está pasando y pensar más allá de las pasiones y odios políticos: ¿Qué significa este anuncio para la paz?
Aunque la imagen es atroz, al ver a varios exnegociadores del Acuerdo, con camuflados, armas y un clásico manifiesto de guerra, es importante anotar que ese mismo acuerdo logrado con varios de ellos, permitió hoy tener desmovilizados a la mayoría de los miembros de ese grupo y en pleno proceso de reinserción, además del inicio de su paso a la Jurisdicción Especial de paz (JEP).
Como lo ha estudiado por décadas el reconocido experto en investigaciones sobre acuerdos de paz, Vicenç Fisas, en su Introducción a los procesos de paz, donde compara varios de ellos, desde Colombia, pasando por Indonesia, los países centroamericanos, e incluso Sáhara Occidental, concluye:
“Un riesgo al que se enfrentan la mayoría de los procesos es el surgimiento de disidencias y divisiones en los grupos que entran en una negociación. Esto se debe a que hay sectores que se han acomodado al conflicto y a la economía de guerra, que han encontrado ventajas comparativas en el seguimiento del conflicto armado.” (Fisas, 2010)
El manifiesto del grupo de Iván Márquez
Es interesante al escuchar a Márquez, observar un discurso, no solo cargado de ideologías, sino también de contradicciones, como decir que el establecimiento se nutre de la economía de guerra, entonces ¿Por qué ellos la están promoviendo de nuevo?, o decir que se trata de una lucha por la conciencia de los colombianos, y por los militares de origen humilde que la luchan, entonces ¿Por qué promover su muerte?
Lo que omite Márquez, es precisamente la explicación de Fisas, tanto los cuestionamientos a El Paisa y Romaña (también presente en ese grupo), como las mentiras dichas por Santrich a los medios antes de huir, dejan clara la intención de evasión de responsabilidad, verdad, justicia y reparación, que hacen a través de un discurso que parece acomodarse más, a las extensas declaraciones de los 50s o 60s, sobre el derrocamiento de un sistema político por la vía armada, que el presente de un sistema político más abierto y garantista que el pasado bipartidista.
Pero, aunque todo lo anterior parece claro para todos los sectores del país, que ven en este grupo, no solo a un puñado de personas que le dio la espalda a la paz, sino también, a un grupo de criminales, el desacuerdo sobre cómo enfrentarlos, es el mismo dilema sobre el desacuerdo inicial que existió para negociar con ellos en el pasado.
Entonces podemos plantear dos preguntas más, la primera, ¿Este desacuerdo para alcanzar la paz, pasa por otros grupos también interesados en mantener la economía de guerra?, y segundo, ¿Esto da por terminada la idea de una paz estable y duradera con el otrora mayor grupo guerrillero del país?
A la primera, la respuesta es compleja, pues detrás de las armas existen todo tipo de intereses de mantenimiento del status quo, entre ellos el despojo de tierras, el narcotráfico, y por supuesto, la captura de dinero a través de otras vías criminales, como el acoso a empresarios, y la minería ilegal.
Es esa misma motivación sobre el control de esas economías, la que llevó en parte al nacimiento de los paramilitares, no solo la lucha contrainsurgente, y esto sumado a la ausencia histórica del Estado en las regiones, hacen el caldo de cultivo perfecto de este conflicto.
A la segunda pregunta, la respuesta contundente es no, por dos motivos, primero, porque la mayoría de los exguerrilleros se desmovilizó, las FARC, como grupo armado alzado en armas contra el Estado, desapareció, y precisamente esa es una de las grandes conquistas del Acuerdo, no homogeneizar a los excombatientes, sino, diferenciar a los interesados en la vida democrática y pacífica, de los interesados en los negocios de la guerra.
El segundo motivo, es que una radicalización sobre lo firmado hoy, podría no generar ningún efecto sobre los que hoy tienen orden de captura, y terminarán expulsados de la JEP, sino, sobre los que sí desean una nueva vida, colombianos como todos, que deben tener la garantía de cerrar el ciclo de violencia y no verse tentados a regresar a las armas.
Dichas tensiones, son propias de todo proceso de paz, llegar a acuerdos para terminar el derramamiento de sangre es propio de largos conflictos como el colombiano, pero patear la mesa, señalar a todos con el mismo dedo, solo prolongará la idea de que la única forma de vivir en el país, es a través de un larga guerra.
A nuestra generación se le delegó la responsabilidad de creer que podemos convivir de forma diferente, que podemos enfrentar las posturas ideológicas por medios democráticos, que existe algo más allá de la “satanización” de otros colombianos, y no inclinarse, ni por los que se alzaron en armas con motivos contradictorios y personalistas, ni por los que hoy proponen férreas reformas para arrasar con lo que nos queda de la paz.
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- Fisas, V. (2010). Introducción a los acuerdos de paz. Escola de cultura de pau, 5-21.