Este domingo los colombianos volverán a las urnas, ahora para elegir a los nuevos alcaldes y gobernadores que configurarán el nuevo mapa político del país, por supuesto, también a los diputados, concejales, y ediles, y entre eventos, publicidad pautada en redes sociales, vallas, impresos, y hasta canciones, existe una gran cantidad de información al ciudadano que se traduce en todo tipo de posiciones.
Hoy quiero hablar de una en específico: Los que no votan.
En Bogotá, basados en las elecciones de hace cuatro años (pues las presidenciales provocan otro tipo de análisis debido a las emociones y razones que llevan a las personas a votar), solo participó el 51% de los habilitados.
De hecho, a excepción de las elecciones donde fue elegido Samuel Moreno con más del 40% de la votación (porcentaje todavía bajo comparado con el total de votantes habilitados ese año), nuestros dos últimos alcaldes fueron elegidos con un 30 o 33% de la votación (algo que cambiará en cuatro años cuando Bogotá y sólo Bogotá tenga segunda vuelta), eso significa que el principal cargo de elección popular luego del presidente llega al cargo con un apoyo muy minoritario.
Esto no significa que la democracia no funciona, es decir, por mandato constitucional es libertad de los ciudadanos ejercer o no ese derecho, y no es un fenómeno propio del caso colombiano, pero si uno que debe generar una frecuente reflexión sobre la participación electoral.
Si usted lee esto y está pensando no votar déjeme hacerle tres recomendaciones:
- Los candidatos perfectos no existen
Puede que una u otra persona piense en Colombia, que exista algún político “perfecto” o al menos “incuestionable”, pero un pensamiento muy frecuente que encuentro en aquellos que no votan, es manifestar que no existen opciones.
Tal y como una relación sentimental, encontrar una pareja o candidato al cual apostarle, es buscar la opción más cercana, la mejor, no la perfecta. No existe político sobre-humano, ni una “deidad” que salve una ciudad o departamento, las elecciones son fundamentales para el cambio en las democracias, pero no son la única forma de influir en ellas, hay que votar por la mejor opción y luego vigilarla.
- La política tiene problemas sistémicos, pero eso no nos excluye del sistema
Otro argumento que escucho frecuentemente es que la política en sí misma, está (en términos valorativos) mal, y por lo tanto, participar en ella no vale la pena.
Eso da para escribir toda una columna, pero aunque fuera cierto, eso no nos excluye de ella, aún si omitimos toda noticia política de nuestras vidas, las consecuencias de elegir gobernantes no adecuados para el cargo, son severas en la vida cotidiana, participar en ellas (de forma informada) reduce las probabilidades de que eso ocurra, o al menos, sube el techo del esfuerzo de rigurosidad que un político debe tener para persuadir a los votantes, a más potenciales votantes (es decir, decididos a hacerlo), más esfuerzo comunicativo requiere llegar a todos con el mensaje, a menos votantes potenciales (como ocurre hoy) más probabilidades hay de que formar unas cuantas maquinarias en salones comunales, lleve a un político a un puesto de poder.
- Mi voto no cambia en nada las cosas
La vieja confiable, mi voto no cambia en nada las cosas, es también la excusa del domingo por la mañana para no levantarse a votar. Pero ese argumento se enfrenta a varias realidades, por un lado, sí fuera cierto, la democracia no funcionaría, nadie pensaría que un voto cambia una elección, pero la historia dice lo contrario, grandes cambios en el gobierno local han ocurrido cuando un puñado de votos transforma una tendencia y lleva a un nuevo grupo al poder.
Y, además, eso no exime a nadie de su responsabilidad individual: Todos, sin importar nuestra profesión, tenemos un deber con lo público, y si un político que vale la pena solo recibe un voto, será un voto que reflejará que su trabajo sí produce efectos, y que puede (así no sea ahora), tener la oportunidad de estar en el poder algún día. No votar es perpetuar todo aquello que nos incomoda de la realidad política del país
Finalmente, cada elección es también un juego de derechos y deberes, es decir, los derechos de los que un ciudadano goza hoy podrían no estar garantizados mañana, e ignorar una elección, es ignorar que todo lo logrado hoy cuando va a su trabajo, camina libremente por un parque, o charla con sus amigos, se alcanzó participando.