VOLVIÓ LA GUERRA AL SUR

Opinión Por

El sur del país, es una de las regiones más lindas y con la mayor riqueza hídrica y ambiental de Colombia, pero vive desde hace meses, una oleada de violencia e inseguridad que desde hace mucho tiempo no veíamos con tanta intensidad, particularmente en departamentos como el Cauca y Nariño, pueblos hermanos que comparten además de fronteras, muchas tradiciones sociales y culturales.

Allí en tiempos del proceso de paz, se respiraba eso: Paz, pero con el cambio de gobierno y su poca voluntad de continuar fortaleciéndolo, fue caldo de cultivo para los violentos que se apoderaron nuevamente de estos territorios, aprovecharon que la Paz se está haciendo trizas, para volver a imponer el miedo y sembrar violencia entre la población.

Y es que en Cauca y Nariño convergen todos los problemas; delincuencia común, guerrillas, disidencias, paramilitares, pobreza, marginalidad, coca y por ende narcotráfico, el peor de todos y el responsable de la oleada de inseguridad principalmente en poblaciones de la costa pacífica.

Ese maldito negocio, es el que copta a muchas familias, a muchos de nuestros jóvenes que ante la falta de oportunidades no les queda más salida que aceptar la oferta e internarse en las más inhóspitas selvas donde lo único que pueden ver son cultivos ilícitos. Aquel círculo del mal tiene que detenerse, pero lo complejo del caso es que la única ayuda que ofrece el Estado a las regiones de la otra Colombia cuando se le reclama por inversión social, es enviar pelotones de soldados armados hasta los dientes para tratar de contener lo incontenible y mientras se mantenga esa dinámica será muy difícil hacerle frente a ese poderoso negocio que lo único que deja en nuestras regiones es pobreza, muerte y desolación.

Cauca y Nariño son escenarios hoy de un baño de sangre generalizado, no sólo con los líderes y lideresas sociales, sino también contra los pueblos indígenas y afros, pero también contra líderes ambientales,  de restitución de tierras y defensores de Derechos Humanos, todos han caído abatidos por las balas asesinas de los violentos que se oponen a que estos territorios tengan autonomía  y vivan en paz.

En los últimos días en Nariño, por ejemplo, ha sido también uno de los departamentos donde se vive una confrontación generalizada, sobre todo en la cordillera occidental y el piedemonte pacífico que han generado muchos muertos y muchos desplazados.

Hace poco, como lo denunció la comunidad, hubo el asesinato de por lo menos ocho militantes de la estructura ilegal Steven González y la muerte de su comandante alias “Sábalo”  a manos del ELN, se dice que no hay una cifra oficial, pero sí decenas de muertos en la zona, que es la misma zona del río Patía, en la ruta que comunica al Piedemonte Pacífico, pero también hay frentes de guerra de varias disidencias de las FARC, de las gaitanistas, de la guerrilla unida del Pacífico, de la Oliver Sinisterra, y se anuncia por parte de ciertas disidencias la creación de otro frente de guerra autodenominado “Alfonso Cano”, eso además de los muertos, ha causado el desplazamiento de cientos de familias que han tenido que huir de sus territorios y buscar refugio en las cabeceras municipales de Roberto Payán, Magüí y Chachagüí y esta situación no se ha atendido debidamente por parte de los organismos correspondientes.

Entonces, mientras el Estado colombiano siga indiferente a estas realidades y mientras los gobiernos sólo les interesen combatir estás grandes tragedias por la vía militar, esto no tendrá fin. Aquí lo que se necesita, además de soldados y de no hacer trizas el proceso de paz, es conocer las regiones a fondo, sintonizarse con las comunidades y articular esfuerzos en lo que ellas reclaman, que son vías en buen estado, infraestructura, proyectos productivos legales y rentables, acceso a salud y buena educación, y desde luego la reconstrucción del tejido social, sólo así las futuras generaciones de esos territorios ya no serán presa de los violentos y del narcotráfico, los grandes culpables de arrebatarle sus sueños.