Mientras el coronavirus causaba estragos en Wuhan, el resto del mundo observaba impasible, sin siquiera llegarse a imaginar que el contagio pudiera llegar a tocar países diversos de la China, donde también nació el síndrome el SARS en 2003, logrando ser controlado por los científicos en plazo record antes de que pudiera diseminarse hacia otras latitudes.
La epidemia de ébola 2014-2016 fue el mayor brote epidémico de la enfermedad por el virus originado en diciembre de 2013 en Guinea, y extendido rápidamente a Liberia, Sierra Leona, Nigeria, Senegal, Estados Unidos, España, Malí y Reino Unido. También pudo ser contenido a tiempo.
La pandemia en pleno 2020 tomo por asalto a la Unión Europea que institucionalmente no supo cómo reaccionar y dejó a la deriva a sus socios, tres de las economías más desarrolladas, Italia, España y Francia, cuyos gobiernos tampoco supieron qué hacer y como consecuencia de su estupor inicial se han visto limitados a seguir vía medios el dramático conteo estadístico de los fallecimientos. Alemania, apenas empieza a endurecer los llamados iniciales de sus autoridades a mantener el distanciamiento social y permanecer en casa.
Estados Unidos, Brasil y la Gran Bretaña gobernados por extravagantes populistas de derecha que descreen de la ciencia y llaman a sus huestes a no confiar en los científicos, están siendo investidos por el virus invisible que abate con idéntico rigor a las personas y a sus poderosas economías. Lo mismo está ocurriendo en México, donde López Obrador, un populista de izquierda se empeña tontamente en poner en juego la vida de sus connacionales.
Para el nuevo coronavirus no existe medicamento ni vacuna. Y los especialistas advierten que, aún en el mejor de los escenarios va a pasar un tiempo considerable, entre 1 año y 18 meses, antes de que la humanidad pueda disponer de ambos. Así que deberemos enfrentarnos a la pandemia únicamente con el confinamiento obligatorio estricto y la realización de pruebas de tamizaje en gran número para detectar tempranamente a los infectados y poder así cerrar sobre ellos un cerco epidemiológico, con la esperanza de aplanar la curva y evitar que todos nos enfermemos y demandemos los servicios de salud al mismo tiempo.
Por el momento las experiencias de la China, Italia, Corea del Sur y España indican que las medidas que se han tomado en Colombia son las que debían adoptarse, aunque como consecuencia de la parálisis universal para evitar la diseminación virulenta del Covic 19 la economía se paralice, el precio del petróleo alcance mínimos históricos y las bolsas de derrumben.
El imperativo es proteger y defender la vida humana aquí y ahora y, evitar que nuestro sistema de salud, menos robusto y mucho peor dotado de los que se han venido a pique en Europa y Asia, colapse y ponga en peligro de muerte a miles de sus usuarios, por ineficiencia de instalaciones sanitarias y carencia de respiradores, de insumos médicos y de personal tratante.
Pese a sus dubitaciones iniciales el gobierno Duque, empujado inicialmente por la determinación de la alcaldesa, Claudia López, ahora sí se está moviendo al ritmo que las circunstancias exigen y los ciudadanos debemos acompañarlo sin reservas en esta coyuntura crítica y sin antecedentes distintos a las pestes de la edad media o la gripe española que entre 1918 y 1919 dejó 50 millones de víctimas.
Las dificultades son enormes y no dan tiempo para detenerse a pensar ni dar largas. Es preciso actuar sobre la marcha y hacer un esfuerzo mancomunado colosal para actuar contra las secuelas de la desigualdad y alimentar en sus casas a los niños con déficit nutricional, evitar que la fuerza laboral informal que es de 10.8 millones de personas, casi dos millones de migrantes venezolanos, nuestra propia población desplazada, los adultos mayores que no tienen pensión ni recursos propios, y los habitantes de la calle, sean protegidos del contagio gracias al confinamiento, pero queden expuestos al hambre que no da tregua.
Todas las bombas sociales amenazan con estallar: entre ellas la de las 134 cárceles en peligroso trance de motín o fuga donde se hacinan en condiciones deplorables 121.670 personas privadas de libertad, cuando sólo tienen cupo para 80.763, como acaba de subrayarlo Amnistía Internacional al conminar al Estado a tomar medidas para proteger a la población carcelaria de la pandemia del COVIC 19.
Para ello, el organismo afirma de manera oficial que “ se debe considerar la libertad de las personas en detención provisional y la libertad anticipada o condicional de personas encarceladas en situación de riesgo en caso de contagio.” La casa por cárcel se impone hoy para garantizar la supervivencia de un buen número de detenidos. Otras naciones nos precedieron en la toma de decisiones en este sentido. Ya Irán excarceló a 84.000 reclusos.
Soacha, refugio de la pobreza nacional, del desplazamiento ocasionado por la violencia y de la migración masiva venezolana es otro peligroso polvorín en trance de estallido, como lo demostraron los disturbios desatados allí durante en el más reciente paro.
Sin una mano muy grande del gobierno nacional el municipio carece de recursos para afrontar la crisis súbita que le plantea a su casi millón doscientos mil habitantes la obligación de confinarse para detener el contagio del coronavirus. En gran medida los moradores de Soacha dependen del rebusque o de empleos precarios.
Hay que estar de acuerdo también con el expresidente Andrés Pastrana quien en un repentino alarde de sensatez pide hablar con Maduro para salvar vidas. De la suerte del hermano país, no sólo por razones humanitarias, depende también nuestro bienestar futuro.
Es la hora de la solidaridad y de los esfuerzos coordinados a los cuales nadie puede ni debe sustraerse.