Llegó un nuevo año, un año electoral, y aunque muchos gustan de espacios de opinión donde se despotrique a favor o en contra de algún candidato, yo prefiero siempre hacer grandes reflexiones que nutran o añadan algo al análisis ciudadano frente a su poder de votar, y sobre todo, a entender que sólo votar (sin aportar nada más como ciudadano) cada cuatro años es un acto de mediocridad social, por así decirlo.
Cómo lo mencioné en una columna de opinión en 2018, Colombia es un país que se caracteriza por el personalismo político, todos quieren elegir a un “salvador de la patria”, un ser cuya ilustre imagen, elevadas ideas, e incorruptible apariencia, nos saque del atolladero, limpie al Estado de aquellos que lo han corrompido, para algunos “la corruptela”, para otros “los izquierdosos”, y por supuesto para otros “los violentos”.
Pero lo que olvidan al estimar y buscar a tan iluminado ser, es que toda la idea en sí misma, es contraria a la democracia participativa que contempla nuestra Constitución, es más, por años se ha estudiado como este fenómeno de tratar “salvar” a un país de su propia desgracia a través de una “divinidad” hecha político, es contraria a lo que persiguen los principios democráticos en sí mismos.
El politólogo Guillermo O´Donnell ya lo decía en 1991, cuando describió lo que llamaba la Democracia Delegativa, una donde “El presidente es considerado como la encarnación del país, principal custodio o intérprete de sus intereses… Después de la elección, los votantes (quienes delegan) deben convertirse en una audiencia pasiva, pero que vitoree lo que el presidente haga”, y peor aún basada “en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente.” (O´Donnell, 1991)
No sé si el anterior párrafo les suena parecido a lo que muchos colombianos han sentido en algunos gobiernos, donde un grupo o una persona en la presidencia, actúan de acuerdo a sus convicciones, intereses y deseos, y responden sólo a sí mismos, de hecho, en esta tipología O´Donnell describe a un presidente al que le estorba la Rendición de Cuentas, el control a sus decisiones, y busca durante su periodo cooptar o eliminar a todas las instituciones que busquen hacer ese mismo control.
Y podríamos comenzar criticando a todo político, partido, familia, cacique u organización que se preste para estos fines, pero esa sería la salida fácil, pues la verdadera reflexión debería ser para el votante.
A la hora de decidir el voto ¿Estamos buscando un líder elocuente al cual “delegar” todo el poder del Estado para decidir por nosotros? ¿Estamos buscando a un ser extraordinario que dirija los destinos del país por su propia mano?
Toda esta narrativa parece peligrosa, pero quiero advertir que algunos creen que la alternativa está en siempre decidir teniendo en la mano el poder de las mayorías, no sólo porque en Colombia todo político dice con orgullo cuántos “votos tiene o sacó” y con esto justificar casi cualquier decisión, sino, porque también podemos caer en la trampa de la tiranía de las mayorías.
Como lo decía Vincent Price: “el peligro es que frente a amplias mayorías, los puntos de vista de las minorías importantes, aun siendo válidos, no puedan hacerse valer con fuerza”, imagínese un mundo donde los derechos de las minorías los deciden las mayorías, como el derecho al voto de una minoría étnica, de la comunidad LGTBIQ+, o de la libertad de culto.
El mismo Price lo aclaraba: “Una democracia debe cultivar una individualidad vigorosa en sus ciudadanos para asegurar que los asuntos minoritarios sean apoyados adecuadamente”. (Price, 1992) Es decir, las mayorías eligen a los gobernantes, y estos a su vez protegen y gobiernan también para las minorías.
Ya he visto a varios candidatos saltándose estos elementos básicos de la democracia participativa, que le ofrecen una salida ociosa a los ciudadanos, una receta perfecta de autoritarismo, donde todos pueden estar tranquilos, porque si él no decide por nosotros, entonces decidirá con el poder de las mayorías.
Una verdadera opción política para el 2022 en Colombia, debe ser la que busque a los ciudadanos para incluirlos en las decisiones del Gobierno durante los cuatro años, donde la participación ciudadana y el control social sean transversales, donde el reconocimiento del derecho de las minorías o sus ideas, sea considerado y valorado, aún en contra de los prejuicios o desinformación de la mayoría. No es fácil, pero ese es un verdadero camino democrático.
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O´Donnell, G. (1991). Democracia Delegativa. Novos Estudios, 25-40.
Price, V. (1992). La Opinión Pública. Barcelona-Buenos Aires-Mexico: Paidós.