Hace mucho tiempo que se viene hablando de violencia en Colombia y mencionando sus causas.
Considero que además de la pobreza y de la ausencia del Estado, el problema en Colombia y en el mundo es de crisis de valores.
Hasta no hace mucho, existía como norma generalizada el respeto por el otro y en particular por los mayores y por las personas comenzábamos a conocer. Los buenos modales y las reglas de cortesía eran las más importantes y no se rompían por el simple hecho de que nos disgustara la persona, o porque pensáramos distinto a ella.
Existía en el pensum oficial de la educación primaria una asignatura en la cual se aprendía a fondo la urbanidad de Carreño, y aunque no todo era color de rosa, por lo menos existían las buenas maneras para una socialización educada y pacífica.
Existía el concepto de familia y el respeto entre sus miembros. Leer o ver noticias hoy en día en los distintos medios de comunicación asusta cuando se menciona el asesinato de un niño por parte de alguno de sus padres, o viceversa. También causan estupor noticias como que una madre somete a su hijo menor a relaciones sexuales con un perro, o lo introduce a sectas diabólicas.
La agresividad y la violencia parecen ser el denominador común en estos tiempos tan convulsionados en el mundo entero.
La autoridad y la institucionalidad eran algo que la mayoría respetaba. Hoy en día es repugnante ver como alguien que protesta golpea con sevicia y mata a un policía, o viceversa.
Observar en el diario vivir como se debilita el Estado porque algunos connacionales no le importa el país, causa tristeza. El robo, la destrucción y el delito al estilo de Pablo Escobar o de algunas personalidades del país que se escuchan en las noticias es lo digno de imitar.
Se cansa uno de escuchar lamentaciones sobre la situación en la que vivimos, pero no salimos de criticar, en lugar de comenzar a cambiar y mostrar el ejemplo.
Cuando entenderán que con la actitud violenta y de irrespeto por el otro, lo único que estamos logrando es aumentar el odio la intolerancia y sepultando el Estado de Derecho.
¡Reflexionemos! Nadie, sino uno mismo tiene la culpa de su propia desgracia.