Nos encanta hablar mal de los políticos, en parte porque vemos en ellos lo peor de la sociedad, porque los medios son inclementes con las dudas, investigaciones, y condenas contra muchos de ellos, y porque comprendemos la política en términos personalistas y no colectivos, esperamos un salvador, y no un flujo de ideas que transformen la triste realidad política.
En 2014 el potencial de votantes era superior a los 32 millones, Juan Manuel Santos en una votación similar a la de Uribe en su reelección, llegó al poder con poco más de 7 millones 800 mil votos (aunque Santos la logró en segunda vuelta), es decir, ni el 30% de potencial votantes los eligió a los dos como presidentes.
En las elecciones al Congreso los resultados no son los mejores, la participación total llegó al 43,8%, es decir, más de la mitad del país no votó.
Si usted me pregunta ¿Quién hace posible que no exista renovación política en el Congreso o en la Presidencia?, le diría, todos los que decidieron no votar. El colombiano que no gusta de votar no es difícil de encontrar, no le gusta debatir sobre política, no le gusta la polarización, pero tampoco toma un posición, levanta el rostro indignado por la corrupción, pero le deja la decisión a otros.
El poder de las maquinarias se expresa en la capacidad que tienen de ser mayoría en un potencial votante que poco participa. El poder de voto de opinión fuera de las grandes ciudades es escaso, y aún en Bogotá más de la mitad de los votantes no va a las urnas.
En la medida que aumenta la población jóven, paradójicamente aumenta el abstencionismo, ni el Plebiscito por la paz con tan baja participación, ni las elecciones generales, les importan.
Mi premisa, es que quien realmente vende el voto, es precisamente el que no vota. La persona que no vota demuestra en su corto entender del bienestar colectivo (porque en Colombia parecen actuar solo cuando algo los afecta directamente), abre la puerta a: 1. Abaratar la compra de votos, pues en la medida que menos personas participan vía opinión, menos votos de maquinaria clientelista se necesitan, 2. Le restan votos a los que no lo compran, porque en la medida que la compra de votos es más alta, el rango de crecimiento de los que buscan votos por fuera de las mecánicas de corrupción, es más difícil de encontrar, 3. Generan el mismo mal del cual tanto se quejan, pues al ocurrir los dos efectos anteriores, el sistema, las casas políticas, y la corrupción, se perpetúan.
Mientras mareas de personas deciden por el abstencionista, y le entregan el cheque del presupuesto nacional a un mismo grupo político, aquel que no votó lo hace peor, pues al abstenerse de participar les da a los unos y los otros, un cheque en blanco, para después salir en redes sociales, en cafeterías y almuerzos familiares a despotricar por una situación que no cambia.
La política hoy no es lo que quizás en nuestro “deber ser”, o juicio valorativo, nos gustaría que fuera, ni aún en los parámetros de la rigurosa academia, pero eso no va a mejorar al no votar, la mecánica del poder seguirá siendo la misma.
A los jóvenes les cabe un preocupante análisis, tal y como lo planteé al principio. No hay que ir lejos, los Jurados de votación de las mesas con cédulas más recientes, son los que más juegan en el celular por la falta de votantes. Una característica típica que ayuda a los mismos políticos a buscar cautivar al mismo grupo objetivo.
Un mismo grupo político (hoy enfrentado por la paz, pero que ya ha gobernado unido en el pasado), las mismas familias políticas, las mismas prácticas electorales corruptas, incluso de jóvenes que llegan recomendados por parlamentarios o que en otros casos son delfines y con sus rostros “inocentes” se venden como lo “nuevo”, siguen en un ciclo interminable, no permitido, sino más bien en complicidad, con ese ciudadano que le pareció más cómoda la cama, y dejar que su país en pocas palabras “se joda”.