¿Arrodillados, o perdimos el norte?

Opinión Por

Recientemente hemos leído y escuchado las noticias de prensa en la que nos hablan sobre las supuestas injerencias del gobierno estadunidense en los temas internos del país.

Al parecer el tío Sam quería interferir en las decisiones de las altas cortes para presionar el tema de las objeciones a la JEP.

Esta situación produjo una tormenta política, y con justa razón.  Altos funcionarios del Gobierno dijeron que respetaban la soberanía de los Estados Unidos de América en el tema de retirar las visas a algunos magistrados.

Lo que faltó por precisar fue que, si bien los temas consulares que involucran las visas corresponden a la soberanía de cada país, la injerencia en los asuntos internos de otros países es un tema distinto, y es un principio universal; por lo tanto, ningún funcionario del gobierno de los Estados Unidos o de ningún otro país, puede hacer comentarios o acciones en los temas internos de Colombia, y menos tratar de ejercer alguna maniobra o presión para que una de las ramas del poder haga lo que ellos quieran.

La fortaleza de una democracia radica en la independencia de las tres ramas del poder, y en el respeto que ellas se deban entre sí.

El tratar de deslegitimar a la rama judicial por un fallo que puede quizás ser cambiado posteriormente en apelación, no es sabio,  y en caso contrario, debe respetarse, y nadie puede oponerse a su decisión, pues con ello solo se debilitan la institucionalidad y el estado de derecho.

No son comprensibles las tormentas que se generan en el país. A veces me pregunto si somos un estado soberano o una colonia de los Estados Unidos, porque, al parecer, en la mente de algunas personas se le rinden más honores a “la estrella polar” como la denominó  Marco Fidel Suarez, que a la propia democracia colombiana.

El respeto por los demás países es fundamental y las relaciones que en todos los niveles se puedan desarrollar en el contexto bilateral o multilateral son vitales para Colombia, pero no a costa de nuestra independencia y soberanía.

Decir que la cooperación con Estados Unidos está en peligro es una exageración total, y es desconocer las valiosas cooperaciones que tenemos con otros países o instituciones como la Unión Europea, que es más completas y diversas.

No se pueden cambiar los valores y ni el orden de importancia que tienen. Primero nuestra soberanía y democracia como estado libre, independiente y adulto, y segundo el respeto y las buenas relaciones que Colombia se debe mutuamente con cada país del globo terráqueo.

Estos valores también afectan la institucionalidad en materia interna. Hacer todo un escándalo porque un funcionario del estado renuncia, es ilógico. La constitución nacional prevé los mecanismos para su reemplazo. La gente se va, y las instituciones quedan, y esto es lo que debemos tener en cuenta por el bien del país.

Hablando del caso del señor Santrinch, no deja de ser extraño que según informes de prensa, ni la Fiscalía General de la Nación ni el Gobierno de los Estados Unidos, pudieron remitir oportunamente y en los tiempos de ley, las pruebas pertinentes que lo involucran al parecer en temas de narcotráfico.  Solo cuando la JEP pronunció su fallo, sacaron el as debajo de la manga, mostrando dizque la prueba reina de su delito.

Esto parecería ser todo un andamiaje para  desprestigiar la JEP y los acuerdos de paz, independientemente de que este señor sea o no culpable.

Sé que en este país el expresar las opiniones resulta peligroso, pues fácilmente lo clasifican a uno en cualquiera de los dos extremos, así no pertenezca a ninguno, perdiéndose por lo tanto la objetividad que se debe tener en los análisis de los hechos importantes.

No podemos seguir dividiéndonos como colombianos. Estamos retrocediendo más de cincuenta años, cuando el país se polarizó entre los rojos y los azules. Cuánta violencia existió por ello. Las instituciones se debilitaron, las víctimas de ese conflicto no se resarcieron, los victimarios quedaron en  la impunidad. ¿Cuántos grupos armados no surgieron a causa de ello? Profundizamos la inequidad social y ahora, ¿queremos volver a lo mismo?

Debilitar un proceso de paz que le trajo avances al país, solo por viscerales odios partidistas, no es bueno para los colombianos ni para la democracia.

Continuar en los antivalores es acabarnos entre nosotros mismos y enterrar la poca democracia que tenemos. Es peligroso para nuestra convivencia y subsistencia como país democrático, proteger a los corruptos, dejar que otros piensen y decidan por nosotros, hacer discursos incendiarios solo para acrecentar los odios, desviar la atención de la justicia con discursos políticos y hacer una tormenta en un vaso de agua.

“Divide y vencerás” es la actitud de algunos políticos, cuando debemos de unirnos como colombianos, ser tolerantes, comprometernos todos para no repetir los episodios violentos de nuestra historia, y aprender a cerrar capítulos mirando el hoy y el mañana, para superar el ayer. Solo así, podremos reconciliarnos como país. Solo así conseguiremos la paz, el desarrollo y una verdadera democracia en la que quepamos todos.

Ahora que nos aproximamos a unas elecciones locales y regionales, es importante reflexionar y votar a conciencia y por la dignidad del país. Debemos preguntarnos si queremos la paz y el desarrollo, o si queremos seguir viviendo en el pasado y en la violencia.

No es digno seguir utilizando el concepto de la paz, el dolor de las víctimas, el aumento de la violencia como causada por los acuerdos de paz, y no por la ausencia y negligencia del estado, para utilizarlos como banderas generadoras de odios. Por ello, es vital reflexionar, pensar por nosotros mismos, sin odios ni resentimientos, sobre cuáles serán los mejores candidatos, para elegirlos a los consejos, a las alcaldías y a las gobernaciones.

Como no existen verdaderos partidos en Colombia, se debe mirar con lupa la hoja de vida de cada candidato, la importancia de sus propuestas y su viabilidad. Solo en la medida en que aprendamos a pensar en grande y en el beneficio de todos como conglomerado social que somos, podremos acabar con la polarización, las mentiras, la corrupción, y otros males que aquejan al país.

Ex-diplomática. Abogada, con una Maestría en Análisis Económicos y en Problemas Políticos de las Relaciones Internacionales Contemporáneas, y una Maestría en Derecho Comunitario de la Unión Europea. Autora del Libro, Justicia transicional: del laberinto a la esperanza.