Desde hace varios días los colombianos hemos visto por los distintos medios de comunicación, protestas y “cacerolazos” por todo el país, llevados a cabo por distintos sectores de la sociedad que le manifiestan al gobierno nacional su descontento por la falta de gobernabilidad, de acciones contundentes para proteger la vida de los líderes sociales, así como para el cumplimiento de los acuerdos de paz que se firmaron en La Habana y en el Teatro Colón con el grupo de las FARC.
Pero muchas de las razones de estas manifestaciones pacíficas, en las que los jóvenes han sido unos actores importantes, se hayan en la inequidad social, en la falta de oportunidades para los colombianos en sus diferentes edades, profesiones y oficios para acceder a la vida laboral, para vislumbrar un futuro digno y una pensión apropiada para la vejez.
Todo esto, se puede resumir en la debilidad del Estado, la cual ha sido un común denominador durante muchas décadas, y que se refleja en la falta de seguridad, de justicia, de instituciones fuertes, de reformas sociales, de apoyo y desarrollo para el campo y los campesinos, de falta de recursos públicos y de vías primarias, secundarias y terciarias, del abandono de las minorías, y de una verdadera reforma agraria.
Qué bien que finalmente los colombianos despierten, y en particular la juventud.
Es vital que la clase política en general y el gobierno en particular, hagan la lectura apropiada de esta inconformidad generalizada, para que realicen rápidamente, de manera seria, justa y equitativa, las reformas que el país requiere y para que aprendamos a respetar los acuerdos y a priorizar la paz.
No puede haber paz sin desarrollo, ni desarrollo sin paz. Las regiones requieren con urgencia un progreso y un equilibrio entre ellas, con el avance del país en general.
Estamos cansados de las injusticias, de la corrupción, de la muerte de colombianos por desnutrición, sed o hambre, de la polarización, de la falta de pertenencia y del compromiso por los temas fundamentales que tanto requiere la nación colombiana.
Estas protestas son rechazos a los partidos políticos que se han negado a salir del gamonalismo, la compra de votos, los carteles, la feria de los avales, y la politiquería barata.
Necesitamos oxigenarnos y pensar en el país que merecemos y queremos tener en el siglo XXI. Requerimos de nuevos líderes que sepan entender las necesidades de todos los colombianos sin distingos sociales, ni de ideología, ni de género, ni de culturas, ni de religiones, y de una manera incluyente.
Estamos cansados de los monopolios de unos pocos sectores económicos que se niegan a repartir la torta de manera más equitativa, y que por el contrario quieren más prebendas para ellos, a costa de la mayoría.
Si la clase política y el gobierno no quieren entender esto y se niegan aceptar la realidad, estaremos en peligro de acabar con la poca democracia que tenemos, pues puede surgir un Chávez II que de manera hábil y populista hable al sentimiento nacional, y terminemos entonces como una segunda Venezuela. Claro, esto solo se presentará si el gobierno, y la clase política con sus honrosas excepciones, quieren seguir en su miopía mirándose solo su ombligo, y no escuchando el clamor nacional.
Me siento feliz cuando observo en algunos manifestantes el sentido de pertenencia y de identidad nacional, al no permitir que unos pocos desadaptados, que al parecer por lo que se dice en los medios de comunicación puedan ser extranjeros, o miembros de la policía, o delincuentes comunes, sigan dañando el patrimonio público o la propiedad privada.
Estas acciones, son la reconstrucción de valores cívicos y de cultura ciudadana que debemos apoyar, para crear una cultura de la legalidad como lo señalo en un estudio serio el BID, que nos permita recuperar la confianza en las instituciones democráticas y que nos conduzcan a la gobernabilidad y a la paz.