Las impactantes imágenes que circulan por las redes sociales y los medios de comunicación sobre lo que ocurrió durante y después del terremoto que afectó a Ciudad de México el 19 de septiembre último, justamente 32 años después de otro terremoto que ocasionó la muerte de más de 5.000 personas, necesariamente nos obliga a pensar cómo está preparada Bogotá para enfrentar un evento catastrófico de gran magnitud.
Lo primero que uno se pregunta es si todas las edificaciones son capaces de resistir una sacudida violenta de la tierra. La respuesta la deberían dar las autoridades, que deben señalar cuántas edificaciones no tienen las seguridades de sismorresistencia, en qué sitios están ubicadas, cuál es su nivel de riesgo y qué se está haciendo para solucionar el problema. Pero esta información no existe de manera detallada ni actualizada. Lo cierto, es que más del 60% de las edificaciones de la ciudad fueron construidas con métodos artesanales inapropiados.
La segunda inquietud es sí la ciudad está preparada para atender la emergencia luego de un gran terremoto. Y otra vez la respuesta es negativa. Aunque puede existir un protocolo escrito en un papel, la realidad es que los hospitales, centros de salud y clínicas no tienen los insumos para enfrentar una catástrofe. Los organismos de socorro viven en medio de constantes carencias de personal y de equipamiento. No están dispuestos los centros de refugio y acogida. No se tienen preparados los centros operativos de comunicación. Incluso, muchas instituciones de salud, de educación y de gobierno no están construidas con las reglas de sismorresistencia y tienen un grado de amenaza alto.
La tercera pregunta, es si todos los ciudadanos somos conscientes del peligro que representa un gran terremoto y si sabemos exactamente qué hacer. Las respuestas son un No rotundo. A pesar de los esfuerzos de las autoridades y de realizarse simulacros anualmente, la gente no toma en serio estas jornadas. Si el terremoto ocurre hoy, Dios no lo quiera, la inmensa mayoría de personas no sabe qué hacer, ni para dónde coger, ni a quien llamar, ni cómo encontrarse con sus familiares. Somos inmensamente irresponsables en este tema.
El cuarto interrogante se refiere a si las autoridades han avanzado en los estudios científicos y tecnológicos que les permitan dotar a la ciudad de las herramientas necesarias para monitorear la actividad sísmica y poder alertar con algunos segundos la inminencia de la ocurrencia de un terremoto, como sí lo ha logrado México. Y la respuesta es nuevamente negativa. El modelo de gestión del riesgo que se tiene modelado es reactivo, y muy poco interés despierta en la gestión pública avanzar en programas de prevención, educación, sensibilización e investigación.
Sería muy oportuno que nos hiciéramos dos preguntas básicas: ¿El edificio donde vivo o trabajo está construido con normas sismorresistentes? ¿Sé qué hacer durante y después de un terremoto? Una vez tenga sus propias respuestas, entonces actúe en consecuencia. O invoque la intercesión de San Emigdio, el santo de los terremotos.