Calentamiento, desafío global para la supervivencia humana

Opinión Por

Inequívoca, clara y sin concesiones retumbó a nivel global, la voz de Greta Thunberg, la adolescente sueca líder de la protesta planetaria contra la crisis climática en cuyos hombros por el momento parece depositarse la suerte del orbe.  

Millones de jóvenes se manifestaron alrededor del mundo para exigir a los gobiernos la adopción de medidas inmediatas, ya que hasta ahora ni el protocolo de Kyoto, que tenía más dientes para forzar su obligatoriedad que el Acuerdo de París, ni este último, que es ambicioso pero carece de mecanismos institucionales de control sobre los compromisos estatales adquiridos, han logrado detener la carrera suicida de nuestra civilización hacia una catástrofe sin retorno, ya que no tenemos un planeta de repuesto. 

Desde hace más de 30 años los científicos han venido advirtiendo que se iban a producir los cataclismos que hoy están en acto. El ártico se está derritiendo y el nivel del mar se eleva progresivamente, la Amazonía y la tundra siberiana arden en llamas, las sequías y los inviernos son cada más feroces, los huracanes más poderosos y devastadores que nunca, las estaciones de siembra se vuelven caóticas y las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando.

Pero la respuesta de los gobiernos y de la ciudadanía es no solo insuficiente sino absolutamente precaria. Estamos pasando por encima de los puntos de inflexión climática como si fueran irrelevantes, a sabiendas de que no habrá para la humanidad ni para la vida retorno posible. 

Priman la codicia, la ignorancia y la estupidez en una coyuntura caracterizada por el debilitamiento de los organismos multinacionales ante el empuje de los populismos soberanistas que niegan el desafío del calentamiento global. 

Y, la democracia, que tendría que mostrar su vitalidad espoleando a los ciudadanos alrededor del planeta a exigir de sus gobiernos medidas concretas, participando de manera masiva en la toma de decisiones que son cruciales para su propia supervivencia, da frutos amargos en países cuya importancia es crítica para combatir o empeorar los retos acuciantes  del presente, como lo son los Estados Unidos y el Brasil.

32 naciones industrializadas son responsables del 80% de las emisiones de CO2, sustancia letal que amenaza la existencia de la atmosfera, esa levísima línea azul que envuelve sutilmente a la Tierra, el lugar más singular, extraño y maravilloso del universo conocido, protegiendo el oxígeno que nos permite respirar y que ha hecho posible la eclosión multiforme de la vida en este milagroso rincón del universo.  

Estados Unidos es el primer emisor per cápita de gases de efecto invernadero. Su revolución industrial y su modo de producción extendidos al resto del mundo y basados en la explotación de combustibles fósiles y en la industria del automóvil, lo convierte en el principal contaminador histórico planetario.

Sin embargo, Trump realizó su campaña presidencial y ganó las elecciones en 2016 con la promesa de “hacer grande a los Estados Unidos otra vez,” revitalizando las empresas carboníferas y retirando, en caso de ser elegido, a su país del Acuerdo de Paris.

Ha cumplido ambas promesas tóxicas. Aunque la notificación surtida por el Departamento de Estado de su intención de apartarse del Acuerdo todavía es simbólica puesto que ningún país que desee salir puede anunciar oficialmente su intención de hacerlo hasta el 4 de noviembre de 2019. Y el proceso de abandono toma un año más, plazo que se cumpliría semanas después de la elección presidencial de 2020. 

 

Entre tanto Trump ha procedido a desmantelar las regulaciones del medio ambiente y a recortar hasta agotar los presupuestos de la EPA, la agencia del gobierno federal de Estados Unidos encargada de proteger la salud humana y el medio ambiente: aire, agua y suelo.

La poda a las reglas proteccionistas que durante varias décadas habían implementado los gobiernos que precedieron al suyo y particularmente el de Barack Obama han sido dramáticas. El objetivo de las medidas apunta en todos los casos a facilitar la tarea de los contaminadores y a aumentar sus ganancias a costa de la salud y el bienestar de sus propios conciudadanos.

Pero, no se ha producido el temido efecto dominó y aparte de Brasil que tampoco ha materializado la intención de Bolsonaro de abandonar el Acuerdo de París, no hay desbandada a la vista. 

Ahora Trump, en vísperas de unas elecciones que no tiene fáciles, tendrá que contar además con la indignación de la calle promovida tan exitosamente por los jóvenes seguidores de Greta Thunberg a los que se están sumando millones de personas mayores y gentes de toda condición en los Estados Unidos y en el resto del mundo y con la oposición de sus propias grandes corporaciones encabezadas por Apple, Google, la propia industria petrolera y cientos más de ellas,  partidarias de ceñirse al pacto suscrito en París. Consideran la decisión de Trump como un error histórico y se preguntan “cómo un líder mundial puede estar tan alejado de la realidad y la moralidad. “

La buena noticia es que los Estados Unidos están bajando, a pesar de Trump, los niveles de contaminación atmosférica porque el 60% de su PIB se produce con las nuevas tecnologías que dependen mucho más del conocimiento que de la energía. 

China, que en tan solo cuarenta años produjo en su interior una revolución industrial equivalente a la de Estados Unidos y Europa juntos es hoy la mayor responsable de las emisiones tóxicas de carbono. Pero también ha asumido el liderazgo mundial contra el cambio climático. Y ya el 40 % del PIB lo produce en el marco de la economía del conocimiento. 

Pero el tiempo apremia. Las acciones emprendidas no bastan. La pequeña inmensa Greta tiene razón:

“La idea de reducir nuestras emisiones a la mitad en 10 años solo nos da un 50% de posibilidades de mantenernos por debajo de los 1,5 grados y el riesgo de desencadenar reacciones irreversibles en cadena más allá del control humano.

«Si nos fallan no se los vamos a perdonar»