Hace algún tiempo he venido anunciando un libro que recoge una investigación minuciosa sobre el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, ocurrido el 2 de noviembre de 1995, y voy a usar esta columna para explicar el motivo de la demora en su publicación.
Cuando ya estaba el texto en manos del editor, hubo un dato que este pidió confirmar. Entré a Google en su búsqueda mediante la combinación del qué, quién, cuándo, dónde y cómo, y entre el repertorio de enlaces posibles apareció ante mis sorprendidos ojos un artículo de Semana que nunca antes había visto, titulado El hombre clave. (Ver artículo).
El artículo fue publicado en octubre del año 2000 y la sorpresa del suscrito obedeció a que se refería a unas declaraciones de alguien cuyo nombre, Diego Edinson Cardona Uribe, no solo había permanecido ajeno a cualquier mención de prensa (pese a que en ellas “podría estar la clave para descubrir a los autores intelectuales del asesinato”), sino que tras acudir al expediente no fue posible hallar el más mínimo rastro ni de su testimonio ni de su existencia física. Y eso que –dice la revista- “ha declarado en más de 10 oportunidades y lo ha hecho de cara al proceso, es decir que esta vez no se trata de un testigo secreto, lo cual lo hace aún más importante”.
Según Semana, Cardona Uribe es -¿o era?- de Bucaramanga y perteneció al grupo de inteligencia Cazador, de ingrata recordación, adscrito a la Brigada XX de Inteligencia Militar y dirigida por el coronel Bernardo Ruiz Silva, principal sospechoso. La brigada fue cerrada en 1998 tras denuncias del entonces embajador de EE.UU., Myles Frechette, por violaciones a los derechos humanos. (Hasta Washington viajé a entrevistar a Frechette para el libro en ciernes, y él murió tres meses después).
¿Y cuál es la tan cacareada importancia del hombre clave? Que dijo cosas como esta: “se cuidaron todos los detalles y se establecieron tres grupos básicos: de choque (vigilancia), de asalto (seguridad perimétrica) y de seguridad (objetivo). Fueron cuatro los encargados de dispararle a Gómez Hurtado, y en la operación intervinieron más de 30 personas. La inteligencia y los seguimientos estuvieron a cargo de personal de la Brigada XX, ellos aportaron los radios —punto a punto— y les prestaron una Ford Van con equipos de comunicación que se meten en los canales de la Policía, de la Fiscalía y de todos los organismos de seguridad”.
Esto coincide al dedillo con la tesis que desarrolla mi libro y, para mayor pertinencia, parece aportar sólidos elementos de prueba. Me di entonces a la tarea de buscar el eslabón perdido y un primer elemento a favor de su existencia real es que aparece en la Registraduría con un número de cédula, aún vigente. Y aunque pudiera pensarse que se trata de un homónimo, la fecha y el lugar de su expedición –Bucaramanga- dan para pensar que se trata del mismo.
¿Y cómo llegó Cardona a Semana? La historia es la siguiente: una pariente del coronel Bernardo Ruiz que trabajaba como secretaria de un alto ejecutivo de la revista, tuvo un serio disgusto con el oficial en retiro y, en represalia, le contó a su jefe que ella conocía a alguien que sabía cosas sobre el crimen de Álvaro Gómez. Ese alguien resultó ser el hombre clave, el cual fue (o habría sido) entrevistado por la periodista Gloria Congote, fallecida en Palm Beach el 1 de enero de 2017 tras padecer una penosa enfermedad.
El modo condicional del verbo (habría sido) obedece a que Congote fue despedida en febrero de 2009, por los días en que Semana adelantaba su célebre y muy premiada investigación en torno a las ‘chuzadas’ del DAS, y se supo que ella estaba pasándole información a personal de esa entidad, “como si fuera una infiltrada”.
Así las cosas, surgió la pregunta de rigor: si la periodista había salido en malos términos con la revista, y si no aparece en el expediente un solo dato que permita corroborar que declaró a la Fiscalía, ¿sería posible que ella hubiera inventado el artículo? “No, definitivamente no. Inventarse esa vaina habría sido muy complicado. Que la entrevista se hizo, se hizo”, dijo una fuente confiable de ese medio, la cual agregó que Diego Edinson Cardona no permitió que le tomaran fotos, y la entrevista quedó grabada en un casete. Fui entonces hasta el archivo físico que ella dejó, pero el casete tampoco apareció, ni una dirección de correo postal o electrónico del entrevistado, nada.
El siguiente paso fue solicitar a Alfonso Gómez Méndez repetidamente su colaboración, por haber sido durante su periodo como fiscal general cuando Cardona Uribe dio (o habría dado) tan copiosas declaraciones. Al principio se mostró muy colaborador, luego se silenció. Además fueron escaneados y chequeados los casi 20.000 folios del expediente contra el coronel Ruiz Silva, y se le hizo un rastreo a la cédula y figura una afiliación ya cancelada a una EPS por los lados de Villavicencio, pero no apareció rastro alguno del hombre, como si se lo hubiera tragado la Tierra.
Fue por ello que de común acuerdo con el editor de mi libro se tomó la decisión de publicar esta columna, cuyo único propósito es tratar de ubicar a este personaje en algún lugar de la geografía nacional o internacional. ¿Alguien sabe de él, o él leerá esto? ¿Por qué Semana fue el único medio y ese el único artículo que acogió sus declaraciones, y por qué no tuvo repercusión en ningún otro medio? ¿Hubo acaso una especie de mano negra encargada de borrar toda huella de tan revelador, sólido y contundente testimonio?
Sea como fuere, lo primero que debemos saber es si Diego Edinson Cardona Uribe está vivo o muerto. Si es lo segundo, debemos saber cómo y cuándo murió. Y si es lo primero, que aparezca para que se ratifique o se retracte de lo dicho. En cualquier caso, debe primar la verdad.
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DE REMATE: A todos aquellos periodistas, editores o medios comprometidos con el mismo noble propósito de llegar a la verdad, se les extiende una cordial invitación a que con su seguimiento o difusión contribuyan al esclarecimiento de tan intrigante misterio.