No cabe duda, Juan Manuel Santos es el presidente más impopular de cuantos han gobernado el país. Pero será aquel al que más debemos los colombianos porque ninguno antes había logrado, como lo ha hecho él, acabar con una guerra fratricida atroz.
Lo que le están cobrando es haber tenido éxito donde todos los demás fallaron.
Puede que no resulte mediático ni simpático y seguramente no tiene carisma, ni habilidades comunicacionales para sacar a flote los bajos instintos de los internautas amparados en el anonimato para convertirlos en su capital político. Tal vez, sea frío y racional. Y quizá carezca de hígados y de la entraña perversa que se requiere para empeñarse en manipular las malas inclinaciones de unas masas propensas al resentimiento, a base de mentiras, calumnias y apelación a miedos infundados, como sí lo hacen sus contrarios.
Ya que en el clima de polarización a que ha sido trajinada la sociedad no se habla de contradictores, ni de adversarios ideológicos, ni de personas que miran la realidad desde perspectivas diversas a las de aquellas que nos quieren anclar para siempre en un pasado de violencia e inequidad sustentado sobre las armas, para mantener el statu quo y hacer prevalecer un estado de cosas que no es sostenible.
La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Es el más importante bien público y uno de los más trascendentales fines del Estado, como reza nuestra Constitución. El deber insoslayable de cualquier gobierno es el de emplearse a fondo como lo ha hecho Santos para hacerla posible. Aunque eso para los “uribistas” constituya una traición a los designios de los señores de la guerra agrupados en una derecha extrema organizada para defender sus intereses que solo se expresa en términos de aniquilación contra los “enemigos” y de volver trizas los “malditos acuerdos.”
A los integrantes de esta derecha hirsuta les apasiona, por ejemplo, la idea de volver a fumigar mediante aspersión aérea a los campesinos y a sus sembrados de pan coger que cultivan coca porque hasta ahora han carecido de otras alternativas productivas y rentables para subsistir.
Y obviamente les importan un rábano las consecuencias letales de la sustancia sobre la salud de las comunidades y el medio ambiente que llevaron a la Corte Constitucional a cerrar las puertas a la posibilidad de volver a usar herbicidas que contengan este producto clasificado como cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud.” Esta determinación de la alta Corte no podrá ser cambiada por un futuro presidente o por presión de terceros países”.
Es falso de toda falsedad y un exabrupto afirmar que Juan Manuel Santos pueda tener complicidades con los gobiernos de Cuba y de Venezuela o que sea de alguna manera responsable de sus inclinaciones totalitarias. Ambos sí, afortunadamente, fueron decisivos a la hora de crear contactos y escenarios propicios a un proceso de negociación que se basa en el reconocimiento a las víctimas y que nos beneficia a todos los colombianos y que además impacta positivamente al resto del hemisferio. Por ello les debemos imperecederos agradecimientos.
Desde el socialismo del siglo XXi comenzó definitivamente a salirse de los carriles institucionales la diplomacia colombiana ha formado sin dubitaciones parte del grupo que apoya a Almagro en su intento de activar la Carta Democrática de la OEA.
Colombia hoy es percibida como un laboratorio de paz para el mundo entero y se necesita estar ciego u obnubilado por el rencor y la codicia de poder para no verlo y negarse a admitirlo.
¿Impunidad para las FARC y para el narcotráfico? ¿Cuándo ha habido justicia en este país para unos y otros? Con índices de impunidad en materia de homicidios, crónicamente bordeando el 99%, la Justicia Especial para la Paz será tal vez la única oportunidad en décadas de acercarnos a la verdad y aplicar correctivos y sanciones en la modalidad transicional- única posible- a los actores de un conflicto degradado y brutal en el cual las únicas inocentes son sus millones de víctimas.
El peligro del castrochavismo no pasaría de ser un mal chiste si tantos incautos no se estuvieron creyendo semejante cuento. Riesgos como este solo se materializan cuando las sociedades no se transforman a tiempo y aplazan reformas fundamentales como la del sector rural que aquí no se ha podido concretar por la acción mancomunada y violenta, precisamente, de los grandes terratenientes y de las fuerzas reaccionarias que hoy cierran filas con el extremismo religioso, para seguirse oponiendo con ferocidad a la paz con justicia social.
Santos es un mandatario serio y un ser humano decente que está obrando por el bien común y a favor de los intereses públicos. Le va mal en las encuestas pero bien en las elecciones decisivas. Y es hábil para tejer y mantener unidas las coaliciones. No es mejor ni peor que sus predecesores en el uso de las herramientas de manejo del sistema. Al terminar su mandato tendrá ganado un lugar inamovible en la historia del país. Pero a todos y cada uno de nosotros nos corresponde de ahora en adelante cuidar que el proceso no se derrumbe y que la esperanza de una paz plena pueda realizarse