La cuasi euforia que generó el que la economía hubiera crecido dos o tres décimas por encima de lo esperado y alcanzara un modesto 3%, dejó en segundo plano el análisis más detallado de las características de ese crecimiento que es profundamente desbalanceado y, por lo tanto, surgen dudas sobre su sostenibilidad.
En la jerga de los economistas se habla de bienes transables y no transables. Los primeros son aquellos que pueden comprarse o venderse en el exterior –productos industriales y agrícolas y algunos servicios como el turismo-, mientras que los segundos son aquellos que se producen y venden principalmente en el mercado doméstico, como la construcción el comercio y la mayoría de los servicios personales.
Los sectores estrella en el último trimestre fueron el comercio (4.8%) y las actividades financieras (4.6%), mientras que los sectores de bienes transables tuvieron un mal año: agricultura (1.5%) e industria (0.6%) se llevaron el farolito, compartido este año con la construcción (0.6%), lo cual es excepcional pues este ha sido siempre uno de los más dinámicos.
No se trata de un fenómeno nuevo, pues el relativo estancamiento de los transables empezó desde los años de la apertura hacia adentro. Desde el 2005 la economía ha crecido 71%, la industria 62% y la agricultura solo 36%. En el otro extremo, a los no transables les ha ido muy bien: el comercio ha crecido 78%, la construcción 100% y las actividades financieras 165%. Si en una economía en el sector bancario crece más del doble que todos los demás sectores que son el objetivo de la financiación, es porque hay muchas actividades especulativas.
Las cifras de las encuestas mensuales del DANE muestran un empeoramiento de esta tendencia, pues en el mes de junio la industria decreció 1.1% mientras que las ventas del comercio minorista sin combustibles crecieron 8,6%. La gente está comprando mucho más, pero no son productos nacionales sino importados, lo cual es otra faceta del crecimiento desequilibrado.
En efecto, aunque en el último mes las importaciones disminuyeron un poco (ojalá se empiecen a ver los efectos positivos de la devaluación), en lo corrido del año han crecido casi 6% en dólares corrientes. Lo grave es que en el mismo período las exportaciones cayeron 1.5%, de manera que la déficit comercial del semestre pasó de -USD 2.782 millones en 2018 a –USD 4.422 millones este año. Un desbalance creciente que no es sostenible
Este desequilibrio externo además constituye un freno al crecimiento. Las mayores compras de los consumidores junto con la inversión en bienes de capital y el consumo del gobierno, conforman lo que se denomina la Demanda Interna, que este año ha crecido 4.3%. La pregunta obvia es ¿por qué la oferta interna (que se mide con el PIB) solo crece el 3%?
La respuesta también es obvia: porque buena parte de la demanda se surte de importaciones que crecieron casi 9% (en precios constantes). También se trata de una tendencia antigua, pues desde el 2005 las importaciones han crecido 188%, es decir 2.5 veces lo que ha crecido la economía. Con la apertura hacia adentro el balance del sector externo y se ha convertido en un lastre que frena el crecimiento.
Otra pregunta interesante: ¿por qué el gran incremento en la compra de bienes de capital (134%) no ha acelerado el crecimiento del PIB? Será para otra columna.