DEL MISMO MODO EN SENTIDO CONTRARIO

Opinión Por

Según la RAE, el feminismo es la “ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”. A lo largo del último siglo y gracias a la lucha de muchas personas comprometidas con la igualdad, las mujeres han logrado importantísimas conquistas tales como los derechos al voto, a administrar sus bienes y a decidir sobre su cuerpo.

A excepción de algunos estados teocráticos o regímenes dictatoriales, la lucha por la igualdad de derechos en la ley ya es un asunto superado, cuando menos en el papel. ¿Qué falta entonces para que se pueda dar por superada la violencia sistémica y la discriminación contra las mujeres? Se pueden identificar rápidamente dos problemas que considero críticos: el primero es que una buena parte de las mujeres se dejaron seducir del machismo al aceptar la falsa premisa de afirmar que son “especiales”; el segundo consiste en un enfoque errado en las campañas y estrategias que se han usado para generar conciencia del problema.

Frente al primer problema, es frecuente encontrar mujeres que quieren un tratamiento preferencial por serlo. Prácticas tales como permitir (en ocasiones exigir) a sus parejas que paguen las cuentas, que les cedan la silla, que les abran la puerta, que las carguen, entre otras, refuerzan el estereotipo de que ellas no pueden valerse por sí mismas, sino que necesitan un protector; la mujer es delicada como una flor, dicen por ahí.

El encanto del machismo es sutil pero poderoso y puede ser usado a conveniencia: son muchas las mujeres que esperan cada año para que se les “celebre” su día: chocolates, rosas, poemas. Olvidan que el Día de la Mujer no se celebra; el 8 de marzo se conmemora la muerte de más de 130 obreras mientras exigían un trato paritario al de los hombres en sus condiciones laborales. Si las mujeres fuesen conscientes de esto, se abstendrían de aceptar cualquier reconocimiento y eso sería un mensaje social poderoso en el sentido de que no se requieren detalles sino plena igualdad, pero, por el contrario, siguen mayoritariamente reforzando la idea de que un detalle insignificante que las reconozca puede borrar el daño social causado los otros 364 días del año.

Hemos asimilado a tal nivel el paradigma de la naturaleza especial de la mujer que es frecuente observar a madres y abuelas transmitir a los infantes enseñanzas tales como que “no es lo mismo una llave que abre mil puertas, a una puerta que se deja abrir de cualquier llave”, o que “el lugar del hombre es la calle, el de la mujer es la casa”, o que “los niños deben jugar con carros y las niñas con cocinitas y muñecas”, o que “el rosado es el color de las niñas y el azul el de los niños”. Antes que sembrar la idea de la igualdad, se les inculca a los menores que hay diferencias insalvables entre ambos géneros, dejando a la mujer en una posición inferior respecto al hombre

El segundo problema se traduce en el enfoque erróneo en cuanto a las campañas preventivas para tratar de abolir la discriminación y la violencia de género contra la mujer. En días pasados sostuve una discusión con algunas personas por una crítica que hice a una pieza publicitaria que tenía varias fotos de mujeres embarazadas con el siguiente texto: “Tu abuela te dio a tu madre. Tu madre te dio la vida. Tu suegra te dará a tu esposa. Tu esposa te dará a tus hijos. ¿Necesitas otro motivo para respetar a las mujeres?” (sic). Afirmé enfáticamente que “el respeto no debe predicarse del género sino de las personas”, y me tacharon de machista soterrado.  Pregunto: ¿merece respeto la mujer por su capacidad de parir cual vientre ambulante? ¿O por su condición humana? La mujer da a luz, es cierto, pero el hombre es quien fecunda el ovulo; nadie nace por generación espontánea (al menos no hasta ahora). Si bien es cierto que el embarazo merece especial protección, no debe ser el criterio central del cual derive la exigencia de respeto.

No se trata de desconocer la grave problemática que actualmente afrontan las mujeres, sino de aceptar que la violencia de género y la discriminación derivadas del machismo también afecta a los hombres: se nos exige el no llorar, ser “machos alfa” y proveedores del hogar. Se considera erótico ver a dos mujeres dándose un beso, pero se sataniza el ver a dos hombres tomados de la mano o en actitud fraternal; “afeminados” o “mariquitas” que llaman despectivamente.  

Algunas mal autoproclamadas feministas se han radicalizado y pretenden pagar la violencia en su contra con la misma moneda. Son cada vez más frecuentes los titulares de prensa que muestran la creciente violencia intrafamiliar e, incluso, sexual contra los hombres. Lo más triste es que, por lo general, estas mujeres son aplaudidas por hacer lo mismo que equivaldría una condena de haberlo hecho un hombre.

No se combate un extremo con otro, no se erradicará el machismo exacerbando posiciones feministas. Es necesario evolucionar hacia una nueva visión en la que la exigencia de respeto y no discriminación no parta de nuestra genitalidad o identidad de género sino de la dignidad inherente a toda persona. Debemos inculcar la idea en nuestros ciudadanos, casi a nivel de dogma y desde el momento en que nacen, que no está bien pegarle a una mujer ni tampoco a un hombre. Del mismo modo en sentido contrario, diría una célebre, subestimada e incomprendida ex reina.

Nelson Mandela afirmaba que “una de las cosas más difíciles no es cambiar la sociedad sino cambiarse a uno mismo”. La violencia de género y la discriminación no desaparecerán por la implementación de más leyes o tipos penales, sino cuando tomemos conciencia de que el respeto, insisto, se le debe al ser, no a la mujer por ser mujer o por su capacidad de engendrar.

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Especialista en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.