El maquiavelismo colombiano

Opinión Por

En medio de tanto escándalo, el país se hastía y se adormece al mismo tiempo como si fuera una contradicción, pues tal vez se ha acostumbrado al aquelarre de la corrupción, de las ollas podridas de algunos políticos que prefieren de manera equivocada voltear la mirada a otro sitio para con ello esconder quizás la impotencia y el dolor que esto produce.

Hemos tenido en los últimos días noticias como el caso de corrupción en el contrato del MINTIC que condujo a la renuncia de su ministra Karen Abudinen , la decisión del tribunal Superior de Bogotá que condenó a cinco años y tres meses de cárcel a los exsecretarios jurídicos y de prensa del gobierno de Álvaro Uribe, Edmundo del Castillo y César Mauricio Velásquez, respectivamente, por el delito de concierto para delinquir por las chuzadas del DAS, y la noticia que hizo gol de medio campo como se diría en fútbolfue la nueva versión de los hermanos Rodríguez Orejuela a la Carta presentada del expresidente Pastrana en la Comisión de la Verdad.

Vale la pena transcribir un aparte de dicha carta que se publicó el pasado 8 de septiembre en el diario El Nuevo siglo cuyo titular es: Nueva versión de los Rodríguez Orejuela a carta de Pastrana” y dice: “Señor expresidente, se le olvidó contarle a la Comisión de la Verdad su participación criminal en los tan sonados contratos de Dragacol y Chambacú donde usted fue el jefe de esa conspiración delincuencial para defraudar al Estado en varios millones de dólares. Hacemos este señalamiento porque de éste se desprende la carta producto de su chantaje, origen de este escándalo que usted presentó en la Comisión de la Verdad”.

Pero el tema no queda ahí, sino que se menciona la inocencia de Horacio Serpa, pues al parecer fue el entonces presidente Pastrana quien pidió que se le involucrara en el proceso 8000 que salpicó la campaña y posterior presidencia de Ernesto Samper.

De ser verdad todo lo anterior, demuestra lo maquiavélico que resulta  el actuar de ciertos políticos  que se sirven de su poder y del Estado para delinquir como cualquier vulgar ladrón, desprestigiando así los pilares de la democracia como son los partidos políticos y la esencia misma de lo que significa la política.

Todavía se preguntan sínicamente algunos de los que se dicen honorables expresidentes y miembros de las élites políticas del país, por qué surgen las guerrillas y se producen las marchas sociales si hay democracia y todo está bien.

Mi comentario no es favor de escenarios de violencia ni mucho menos de excusar el surgimiento de los grupos alzados en armas, sino llamar la atención sobre la responsabilidad política que tienen todos estos honorables  en la destrucción del país, en su miseria, en la falta de equidad y de cohesión social.

Pero lo peor es que algunos colombianos siguen enceguecidos tratando de tapar el sol con un dedo y continúan creyendo en la moralidad y honradez de estos personajes, cuando lo que se les debe aplicar es el castigo político y llevándolos a la justicia, para que la justicia retome su poderío y vayamos poco a poco sanando las instituciones democráticas devolviéndoles su credibilidad.

Los colombianos a quienes nos duele el país no podemos permitir más desangre del erario público,  vidas humanas,  injusticias y calumnias, solo para que unos pocos en detrimento de una nación, consolide de manera maquiavélica y perversa su poder y su riqueza, cuando la mayoría de los connacionales se mueren de hambre, de desnutrición de falta de atención médica y de carencia de servicios públicos como el agua potable entre otros males. ¿Hasta cuándo?

Ex-diplomática. Abogada, con una Maestría en Análisis Económicos y en Problemas Políticos de las Relaciones Internacionales Contemporáneas, y una Maestría en Derecho Comunitario de la Unión Europea. Autora del Libro, Justicia transicional: del laberinto a la esperanza.