Titulares de varios periódicos del mundo destacan que vivimos un “giro a la derecha”, cuando en realidad generar una visión uniforme del mundo entre izquierda y derecha, omite las muchísimas formas de llevar a la práctica planes de gobierno y de lograr sus objetivos, el espectro ideológico es muchísimo más rico.
Pero aún cuando podamos identificar que alrededor del mundo las elecciones han sido ganadas por proyectos que se autodenominan conservadores o de derecha, cabe destacar que eso no es lo que preocupa, lo preocupante es que, sin importar el espectro ideológico, en muchos de los casos están venciendo proyectos por posiciones débiles frente a los Derechos Humanos.
La alternancia en el poder es positiva, y hace posible a las democracias que más de un actor o grupo de actores en el sistema puedan tener un papel en el gobierno y la formulación de políticas públicas sobre lo que siempre criticaron a los gobiernos cuando estos eran oposición, permite a los ciudadanos conocer varias formas de gobierno, y además abre la puerta a las fuerzas políticas para reorganizarse.
Pero existe un mínimo que parece hoy innegociable, uno por el cual todos pueden tener voz y en democracia ganar o perder elecciones, en la medida que una minoría tiene opciones en futuro de ser mayoría, no solo indica capacidad de esa democracia de permanecer, también indica el valor que le da a los derechos que poseen todos sus ciudadanos.
Quizás ese fue el punto crucial donde un gobierno como el de Hugo Chávez vivió su inflexión, el momento en el que permanecer en el poder se convirtió en algo más importante que garantizar los derechos de otros, pero no es el único ejemplo, Donald Trump también venció bajo las reglas de esa democracia, pero cuando se tomó la decisión de separar familias de inmigrantes en verdaderos campos de concentración, el debate fue mucho más allá de unas reglas formales de la democracia.
La victoria de Bolsonaro en Brasil es el hecho más reciente, es una lectura evidente observar que los brasileños buscaban alternancia de un grupo político cuestionado y desgastado por varias decisiones poco eficaces y por una pavorosa corrupción, pero al elegir a un líder que ataca los derechos de mujeres, comunidad LGTBI o inmigrantes, se vuelve a poner en riesgo este mínimo.
No sólo llegar al poder, o mantenerse en el poder, es un detonante, en el caso de Trump y Bolsonaro, se plantearon soluciones a fenómenos que viven sus países y que preocupan a sus ciudadanos, pero la garantía de mis derechos no puede pisotear los derechos de los demás.
La Poliarquía de Robert Dahl parece ilustrar parte de esa dificultad, para Dahl no solo garantizar la competencia en democracia garantiza la democracia, cuando este autor consideró la palabra Poliarquía, como un ideal de lo que llamamos hoy democracia, consideró una serie de libertades y garantías mínimas dentro del sistema que alejan a ese régimen o lo acercan a ese ideal.
Sostener mayorías para gobernar es un requisito de muchos otros para llamarse democrático, y no es tampoco garantía para los Derechos Humanos, un líder puede llegar al poder con mayorías y un plan de gobierno abiertamente anti-derechos, y las consecuencias no sólo para las minorías son complejas.
Aquel país donde garantizar los Derechos Humanos a todos, no es una prioridad o simplemente no es el ideal del gobernante o es contrario a sus propósitos, es un país donde los votantes de ese gobernante corren el riesgo de que sus derechos también sean violentados.
Por eso, ni autodenominarse de izquierda, derecha o centro, hace de la ideología una forma de garantizar este mínimo, ni tampoco una transición o una alternancia en el poder, se pueden justificar sobre ninguna ideología para violar los derechos de alguien más. Eso es lo que preocupa.