La semana pasada se vivió una de las etapas más álgidas del paro de maestros. En un debate del programa radial Hora 20, en el que se analizaba todo lo relativo a esa problemática nacional, uno de los panelistas, congresista y precandidato presidencial, afirmó que el cese de actividades de los docentes era particularmente grave pues aproximadamente el 90% de los niños que iban a los colegios públicos tenían como única comida al día la que les daban durante su jornada escolar, lo que significaba que, consecuencia de la protesta, había miles de niños aguantando hambre.
La desnutrición infantil en Colombia es una realidad que no puede ser negada aunque afirmar que 9 de cada 10 menores que van a colegios públicos sufren de inanición puede ser algo difícil de probar, y seguramente sea una exageración. Eso sí, sienta una gran interrogante: ¿cómo están naciendo y en qué condiciones están creciendo nuestras futuras generaciones?
A diferencia de otras especies animales, los seres humanos, dotados de razón y conciencia, tenemos la opción de optar o no por la procreación y, de hacerlo, planificar sus condiciones. Tener hijos, bien sea propios o adoptados, es una de las decisiones más importantes que alguien debería tomar en su vida; más allá de ser una fuente de amor inagotable, la crianza es una responsabilidad que implica enormes retos y sacrificios tanto personales como económicos.
Históricamente, y bajo la aquiescencia del Estado, las diferentes religiones se han encargado de vetar la educación sexual en la política pública pues es vista como una inducción a la promiscuidad; lo que no se habla, no existe. Simultáneamente, se ha satanizado el placer derivado del sexo condenando todo acto sexual que no sea consumado bajo el matrimonio y no tenga finalidad reproductiva. La anticoncepción no es nada diferente a un pecado. Tener hijos, más allá de una decisión consciente, se ha convertido en una especie de finalidad natural de la sexualidad humana y, en consecuencia, una obligación ineludible: “sed fecundos y multiplicaos; poblad en abundancia la tierra y multiplicaos en ella” (Génesis 9:7).
Las primeras víctimas de esta confluencia mortal de ignorancia y prejuicio son las personas más pobres, que dependen de la educación pública, y, entre ellos, los más afectados son nuestros menores: las cifras de embarazo infantil y adolescente asustan. Según un informe del Ministerio de Salud, “una de cada cinco adolescentes entre 15 y 19 años ha estado alguna vez embarazada. De éstas, el 16% ya son madres y el 4% está esperando su primer hijo”, y los departamentos con mayor porcentaje de embarazo adolescente son: Amazonas (35,4%), Putumayo (32%), Vichada (31,3%), Chocó (29,4%) y La Guajira (25,8%); no es coincidencia que estas sean algunas de las regiones más pobres del país y con los mayores índices de desnutrición y mortalidad infantil.
Es irreal pretender lograr que los jóvenes se “abstengan del gustico”, tal como sugirió hace unos años el entonces presidente Álvaro Uribe al ser consultado sobre este asunto. Gústenos o no éstos tendrán sexo, y solo en la medida en que estén educados al respecto podrán hacerlo en forma responsable y procrear únicamente cuando se encuentren preparados tanto física como mentalmente para ello. Es imprescindible generar consciencia en nuestra sociedad de que un nacimiento en condiciones no apropiadas no solo frustra proyectos de vida sino que puede perpetuar círculos de miseria y criminalidad. No se ha documentado el primer caso de un menor que nazca con un pan bajo el brazo.
De acuerdo con un estudio del Ministerio de Justicia y con algunas cifras del ICBF a 2013, 8.060 menores de edad estaban siendo atendidos por el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes, de los cuales 3.415 estaban privados de la libertad. A 2015, en las seis principales capitales del país, las autoridades de policía y alcaldías tenían identificadas 517 pandillas que minaron la tranquilidad de la comunidad en Cali, Medellín, Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga y Cartagena; esto es solo una pequeña muestra de la situación del país. El fenómeno de violencia crece en forma exponencial y el nacimiento descontrolado de menores no deseados y que estarán condenados a la marginalidad tiende a agravar la problemática.
El sexo, hecho con amor o simplemente por placer, es una experiencia maravillosa que puede hacer plena a una persona si se ejerce en forma responsable. Si el Estado no toma medidas radicales para desacralizarlo y generar consciencia temprana en la ciudadanía, continuaremos expuestos no solo a los peligros que conlleva la sobrepoblación y a la proliferación de enfermedades de transmisión sexual sino a la inviabilidad económica del país. Por bien intencionados que sean políticas asistencialistas tales como el SISBEN o Familias en Acción, no existe ningún programa de subsidios públicos que pueda financiar a largo plazo un crecimiento desproporcionado de la población que se beneficia de él; los bolsillos de los contribuyentes tienen límites, y no puede ser una obligación del Estado mantener a los hijos de todas las personas que no pueden hacerlo por no tener los medios. Cada quien debe ser responsable de sus hijos.
Es necesario apartar la sexualidad del ámbito de lo pecaminoso para enfocarla en la salud pública. El gobierno nacional está en mora de actuar.