Avanza inexorablemente, vamos colgados de sus manecillas y nos bamboleamos de instante en instante, va adherido a nuestra existencia, nos marca la hora de nacimiento y de nuestra partida, nace con nosotros, no nos abandona. Alrededor de él transcurre nuestro ciclo vital. Nuestros antepasados lo medían con la salida del sol y con la aparición de la luna, los egipcios inventaron el reloj solar y de arena, ahora hace parte de nuestras prendas de vestir y nuestros ojos lo observan en todas partes, sus manecillas no se detienen . ¿Su edad ? : Milenios, centurias, lustros, años, meses, días, horas, minutos y segundos. A través de sus edades transita el universo, la vida, los acontecimientos, los descubrimientos, marca las edades, las eras, las guerras, las pandemias, las catástrofes y todo lo medible temporalmente.
A nuestros sentidos los visita permanentemente y es testigo de los instantes de felicidad y tristeza, de dolor y alegría, de sueños y esperanzas, de amores y rencores, le toca la trompeta al día para que amanezca y lo despide con la noche. Tiene la particularidad de desdoblarse de lo real a lo psicológico y de acuerdo con la premura y con nuestro ánimo se torna duradero o efímero, nos produce angustia o tranquilidad, pero de que llega llega, es muy cumplido y de ahí el refrán popular: “NO HAY DÍA QUE NO LLEGUE NI HORA QUE NO SE CUMPLA”.
Todo lo que está a su alrededor se añeja y envejece, el no, jamás muere siempre vive por siglos inmensurables.
Nos sigue como la sombra al cuerpo y debemos aprender a convivir con el, aprovecharlo y no desperdiciarlo, nos forma culturalmente y nos disciplina y por lo tanto retiremos de nuestro vocabulario estas palabras: NO LLEGUÉ A TIEMPO, SE ME PASÓ EL TIEMPO, NO ME ALCANZÓ EL TIEMPO, PERDÍ EL TIEMPO.
Estas reflexiones para luego caer en esta frase que debe ser imborrable en nuestra mente y en nuestra actitud :
“ Deja de actuar como si la vida es un ensayo. Vive este día como si fuera el último. El pasado ya se ha ido. El futuro no está garantizado”
(Wayne Dyer).