Colombia es un país de mucho corazón, tal vez por eso se explica que estemos consagrados al Corazón de Jesús, pero además, que hasta el año 1991, fuéramos, además de una República democrática, también católica y apostólica. Creyentes como muchos países y tan bárbaros cómo pocos. ¿Cómo explicar esta dicotomía sobre la felicidad y el corazón de los colombianos? Tal vez la explicación está en los orígenes culturales de nuestra nación, una que aún hoy está en proceso de construcción. Difícil entender cómo algunos colombianos aún se consideran blancos puros, como otros queman libros como acto de fe y pedagogía, como van y vienen amenazas en público, legitimaciones de la violencia como líneas editoriales de algunos medios de comunicación y políticas de algunos gobiernos locales y, en algún momento nacionales.
Colombia sigue siendo un país bastante peligroso, en donde sus ciudadanos actúan con el corazón y no con la razón, porque vivimos en extremo la vida, hoy unidos todos alrededor del sentimiento “patriótico” cuando juega el equipo de fútbol nacional, pero divididos hasta el odio visceral cuando de posiciones políticas se trata. Y todo esto se conjuga con uno de os más nefastos sistemas educativos del continente, y su crisis, antigua por demás, radica en la inequidad y desigualdad que no permite que sea de fácil acceso para todos los jóvenes, menos para los de las zonas rurales, quienes permanentemente están a merced de los grupos ilegales. Esta situación de la educación, combinada con la religiosidad en extremis de la sociedad, hacen el caldo de cultivo perfecto para asegurarle a la clase política tradicional, el control de todos los sistemas de poder del país, y aún más importante, la conservación para si y para los suyos, de los privilegios que han tenido por siglos.
Ahora bien, constantemente se dan diversas manifestaciones de esta desastrosa realidad, que se hace más evidente y más extrema cada vez que hay comicios. Hasta hace menos de 15 o 20 días, el tema principal de conversación en todos los niveles, en la mesa familiar, en las oficinas, luego de los partidos de fútbol, etc, era la situación de los venezolanos y el posible arribo del castrochavismo a Colombia, pero a partir de que las elecciones las asegurara la extrema derecha, pareciera que a nadie le importan los cientos de miles de venezolanos que inundan las calles de las ciudades colombianas realizando todo tipo de trabajos, explotados miserablemente, en muchos casos, por aquellos mismos que votaban en contra del castrochavismo y daban golpes de pecho por la situación de sus vecinos del lado. Más allá, pareciera que Venezuela ya no existe en el mapa político de ningún ciudadano de a pie.
Actualmente, otra de esas manifestaciones de las que hablamos, incluso bastante peligrosa, es el hecho de no poder hablar, el temor de expresarse libremente en Colombia, el liderar procesos sociales que permitan incentivar la participación ciudadana, la veeduría, el control social y político o, el simple hecho de defender la vida, como elementos fundamentales de la construcción de democracia, de nación, son suficientes para convertirse en blanco militar de todos los reductos violentos y narcoterroristas que han quedado, en principio, del infausto e impune proceso de paz de Alvaro Uribe Vélez con las estructuras paramilitares que permitió que simplemente mutaran a Bandas Criminales, conservando gran parte de sus posiciones de control para los cultivos y rutas del narcotráfico, pero también producto del incumplimiento del gobierno Santos, y de la misma sociedad, con el proceso con las Farc.
Hoy lo que tenemos, es un temor inclemente a hablar, a convertirse en líder social que ya es tan estigmatizado por aquellos líderes de extrema derecha, que con gran cinismo hablan de luchar contra la criminalidad, pero también son señalados por quienes, absortos de la violencia que vie el país, en medio de su completa ignorancia, que tratan de disfrazar con cortinas de humo, desviando la atención hacia quienes tratan de construir democracia, porque democracia sin crítica, sin oposición, sin libertades, sin debate, simplemente es un sistema electoral secuestrado por la corrupción y por los mecanismos tradicionales totalitarios, que nos acercan más a un régimen fascista y tiránico, más cercano y hasta más peligroso que aquellos que fueron utilizados para manipular la opinión pública en torno a quien o quienes representan el fin de los aciagos privilegios de aquellos pocos que han convertido al país y sus arcas, en extremidades de sus extensas propiedades. En Colombia, pensar diferente, es más, el solo ejercicio de pensar, de debatir, de resistir, son actividades de un riesgo extremo en medio de un país con cara de quinceañero, pero con la moralidad del Shylock de Shakerpeare, la ética de Alejandro Borgia y la bondad de Alvaro Uribe Vélez.