La muerte de Horacio Serpa Uribe, deja un grande vacío en el país y en el corazón de sus amigos y seguidores.
Es un ejemplo de vida y nos hereda un legado imperecedero de lucha por la paz, la justicia social y el cabal cumplimiento de los derechos humanos reconocidos a los colombianos por la Constitución de 1991, que él mismo contribuyó de manera decisiva a configurar en su condición de copresidente de la Asamblea Constituyente.
Líder, enhiesto y vertical en sus convicciones y en la defensa de las instituciones y del interés colectivo. No cejó nunca, hasta el final de sus días, de batallar por las legítimas aspiraciones y el anhelo de cambio social de los marginados de esta patria desigual y permanentemente crispada.
Lo hizo desde la perspectiva de la izquierda liberal y con la mira enfocada en la salvaguardia y el fortalecimiento de los valores democráticos, que son el sustento de una nación – la nuestra – sometida como casi ninguna otra en el escenario mundial, a lo largo de su historia y sin pausa, a los embates de la violencia política, el crimen trasnacional y la insurgencia armada.
Con todos estos factores de disolución y en coyunturas críticas le toco confrontarse a Horacio Serpa en sus tareas como juez de diversas instancias en la circunscripción de Santander, concejal y alcalde de Barrancabermeja, el puerto petrolero, capital turbulenta del Magdalena Medio, desde donde se catapultó su carrera meteórica que lo llevo a ser sucesivamente: Representante a la Cámara, Senador, Procurador General de la República, Ministro de Gobierno y del Interior, Gobernador de Santander y candidato presidencial por el Partido Liberal en tres oportunidades.
Muy pocos políticos pueden exhibir una trayectoria vital tan rica en realizaciones, coherente y productiva. Siempre en la enseña de la transparencia, que fue quizá su característica vital más destacada, junto con su sentido de la lealtad, su caballerosidad y la capacidad de comunicarse con la gente directamente y sin tapujos mediante un sonoro “mamola” o un risueño “me suena.”
Y cómo hubiera sido de diferente nuestra realidad, y cuanta sangre colombiana menos habría corrido, si Serpa hubiera triunfado en las elecciones presidenciales de 1998 y podido adelantar las negociaciones de paz que consideraba indispensables y que intentó cuando fue posible, y, profundizar las políticas sociales de gran impacto que el gobierno de Samper delineó, pero no pudo acabar de ejecutar ante el acoso implacable de las fuerzas que conspiraron para acabar con su mandato, destinado a proyectar un verdadero salto social que quedó inconcluso.
Nada mejor para describir al ser humano y al ser político profundamente ético, al esposo y padre amoroso y al amigo siempre disponible y listo para actuar en pro de las mejores causas, que convivían en la personalidad del paladín fallecido, que las palabras escritas en clave de humor y verdad por el propio Horacio Serpa Uribe, en este fragmento de la carta dirigida a su bigote, su alter ego visual, en vísperas de verse obligado a rasurarlo, al perder la apuesta sobre quien resultaría elegido alcalde de Bogotá entre Rafael Pardo y Enrique Peñalosa.
“Resistió todas las tormentas. No se doblegó nunca, ni en los peores momentos. Aguantó hasta lo imposible fieros y desconsiderados embates; no lo afligieron las derrotas ni perdió el empeño en los instantes azarosos que le tocó enfrentar; siempre fue altivo, decidido, arrogante cuando fue menester, humilde y conciliador en épocas decisivas; mantuvo sin doblegarse la dignidad, el pundonor y el honor.
Fue todo un ejemplo de entereza y valor. No siempre lo afectaron las inconveniencias. Acarició triunfos con indecible dicha; recorrió calles, carreteras y veredas llevando entusiasmo, compromisos y bienestar; recibió buenas noticias, conoció aliados leales, celebró satisfacciones inmensas, alegre festejó gratos recuerdos y con regocijo fue aplaudido en solemnes ceremonias. También compartió exquisitos aromas y finas fragancias.”